Es fácil caer en tentaciones, y se entiende que así ocurra. La naturaleza humana es frágil y propensa a ceder ante las seducciones del mundo. Se puede resistir a ellas, claro está. Pero para hacerlo es precisa la intervención de la gracia, y una disposición, así sea mínima, de la voluntad, pues la gracia nunca opera a contrapelo de la libertad. Y se requiere también un mínimo de inteligencia, sin el cual no es posible el discernimiento: la operación intelectual que permite distinguir una cosa de otra, y que es también una operación moral, cuando se trata de diferenciar lo bueno de lo malo.
Quien no haya caído en la tentación, que tire la primera piedra. Pero una cosa es caer en la tentación, y otra hacerlo reiteradamente, y con cultivada fruición, ya no por debilidad sino por vicio. Por eso es tan preocupante lo que al parecer está ocurriendo en muchas universidades, en las que da la impresión de haberse instalado una verdadera pandemia de esnobismo, que conspira contra la idea misma de universidad, de su vocación, y de lo que se necesita de ellas.
El esnobismo universitario se expresa hoy de múltiples formas. Pero hay unas tan flagrantes y groseras que bastan para dar cuenta del extravío al que las están conduciendo algunas de las modas al uso, por las que se dejan llevar quienes, se supone, deberían ponerles talanqueras.
Entre ellas están los rankings, para figurar en los cuales las universidades se embarcan en un ruidoso concurso, para lucro de quienes los elaboran, envanecimiento de la “marca”, y descreste de ingenuos. Y está también la dictadura del marketing, convertido en brújula que preside las más diversas esferas del quehacer universitario, y opera desde oficinas a las que se asignan ingentes recursos y batallones de “ejecutivos comerciales”, uno de tantos nombres pomposos y malos eufemismos que, dicho sea de paso, pululan en la administración y la gestión universitarias.
Hablando de rankings y de marketing, esnobismo es también, por estos lares, la proliferación de anglicismos -como casi siempre, innecesarios- para designar desde salones hasta servicios y actividades universitarias. Una tendencia que, por mucho que quieran disfrazar de “internacionalización”, no es sino mera ridiculez.
Ni qué decir tiene del frenesí de lo “políticamente correcto”, en cuyo altar se acaban sacrificando la ciencia y la libertad. O de la omnipresencia del autodenominado “pensamiento crítico”, puesto al servicio no tanto del conocimiento como de toda suerte de activismos, a los que provee de dogma y justificación. (Una atroz tautología que en realidad designa una contradicción). O del furor por innovar, sin saber muy bien por qué ni para qué, mientras se ponga a la universidad “a la altura de los tiempos”, cuando su misión más propia es la de elevarlos, no acomodarse a su nivel.
Y, aun así, no se puede sino seguir apostando por las universidades. Por todo aquello que sólo ellas, en tanto se mantengan fieles a sí mismas y resistan la tentación del esnobismo, tienen la capacidad de ofrecer.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales