“Diseñar políticas para arraigo de migrantes”
El régimen de Nicolás Maduro pasará a la historia, sin contemplación ni absolución que lo redima, como el responsable de la destrucción final de la República y el orden constitucional en ese país. Como el responsable del estrepitoso colapso de una de las economías que hubiera podido contarse entre las más promisorias del mundo. Como el arquitecto de una crisis humanitaria tan dolorosa como absurda, por cuenta de la cual se han desplomado todos los indicadores del desarrollo humano en Venezuela. Y como el cumplidor del sueño chavista, que en realidad no era sino una pesadilla.
Pero sobre todo, ocupará un ominoso lugar en la historia venezolana por haber provocado la pérdida de una generación entera.
Esa generación perdida para Venezuela es la de los niños y jóvenes que han tenido que abandonar el país, en un éxodo sin precedentes en la región, y sin precedentes, también, teniendo en cuenta que en Venezuela no hay un conflicto armado, ni interno ni internacional, como sí ocurre en las demás crisis migratorias de comparable gravedad en otros lugares del mundo.
Esa generación que está perdiendo Venezuela la pueden ganar, sin embargo, los países receptores, incluso aunque el flujo migratorio plantee enormes desafíos como consecuencia de la precariedad y la vulnerabilidad en que arriban muchos de los migrantes, de las limitadas capacidades nacionales inicialmente disponibles para gestionar y atender una migración tan intensa como acelerada, y de la necesidad de dar respuestas no solo inmediatas (en el terreno estrictamente humanitario) sino más estructurales y de largo plazo para facilitar la integración económica y social de los migrantes.
Una abundante literatura da cuenta de los beneficios que, frecuentemente, las sociedades receptoras derivan de los migrantes. Ellos traen consigo nuevos conocimientos, talentos y capacidades. Empujados por la necesidad, tienen una menor aversión al riesgo, y por lo tanto, están bien dispuestos a involucrarse en nuevos emprendimientos en los que ponen en juego los muchos o pocos recursos de que disponen y que intentan mantener a flote aún en medio de circunstancias particularmente adversas. Enriquecen y diversifican la vida cultural, incluso cuando parece existir cierta homogeneidad entre su cultura y sus tradiciones y las de aquellos lugares a donde llegan.
La migración es, por si fuera poco, una estupenda vacuna contra el parroquialismo y contra el chauvinismo. Una contaminación, si se quiere, de enorme poder inmunizante, y por lo tanto, de gran valor moral para las sociedades democráticas.
En algunos casos, los beneficios de la migración pueden producirse incluso espontáneamente. Pero si se trata de aprovecharlos estratégicamente, se requieren medidas específicas, decisiones oportunas, y acciones eficaces, a veces verdaderamente intrépidas y audaces. No basta con la buena voluntad, ni con la empatía o la solidaridad -que, por otro lado, en el caso de la respuesta colombiana a la migración procedente de Venezuela, han sido excepcionales y constituyen (o deberían constituir) motivo de orgullo nacional.
En ese sentido, hay todavía mucho que hacer en Colombia para dar el salto de la respuesta humanitaria de carácter esencialmente paliativo a la política integral para la migración desde Venezuela, entendida como un activo, un capital que debe ser aprovechado. Una inversión nacional cuyos réditos no sólo se darán en el plano interno, sino también en la relación bilateral cuando llegue el momento.
Hay que ir más lejos de lo que señala el Conpes 3950 de 2018, ya desbordado por las circunstancias y que, por lo demás, sólo se ha desarrollado parcialmente. Hay que ir más allá del “permiso especial de permanencia”, cuyos términos y condiciones varían de una versión a otra y que, precisamente por especial, dificulta la normalización del estatus de los migrantes. Hay que apostar por una gobernanza inteligente y multisectorial, no sólo de la migración, sino del arraigo y la integración de los migrantes procedentes de Venezuela, la mayor parte de los cuales es poco probable que regrese a su país, incluso si allí se produce el tan necesario cambio político.
Esa gobernanza, que el país está en mora de diseñar y construir, es la clave para que Colombia gane, para su porvenir como Nación, esta generación de migrantes, y con ella, una sucesión de generaciones de colombo-venezolanos que, por eso mismo, habrán dejado de serlo.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales