“Covid tiene importante dimensión de seguridad”
Parece ser que nada ni nadie es inmune a los efectos del Çovid-19. La cicatriz serológica de la pandemia está en todas partes, y puede que tarde años en desaparecer. Su impacto (y sus secuelas) se dejan sentir también en las actividades ilegales y criminales en todo el mundo. Es una característica propia de los riesgos globales: su interconexión, su desbordamiento.
Grupos armados de diversa índole han empezado a adaptarse a las circunstancias. En Afganistán, donde el conflicto pervive a pesar del acuerdo firmado recientemente entre los Talibán y los Estados Unidos, los actores armados han desplazado sus actividades a las áreas rurales, ante el temor que suscita el contagio, mucho más probable en las zonas más densamente pobladas. En Iraq, el Estado Islámico, que parece encontrar oxígeno en medio de la crisis política y sanitaria, intenta recuperar el espacio perdido y reforzar su capacidad de control social sobre las poblaciones.
Como consecuencia de las restricciones que ha traído consigo la pandemia, el negocio del narcotráfico está en una encrucijada. La pasta de coca se ha abaratado en Perú y en Colombia parece abundar el estocaje. En México, la disrupción del comercio mundial ha privado a los carteles del acceso a los precursores químicos necesarios para la producción de narcóticos. Pero sería ingenuo sobreestimar lo que esa encrucijada significa. La ilegalidad es tremendamente resiliente y adaptativa. Mientras los emprendimientos lícitos hacen enormes esfuerzos para sobrellevar las dificultades, el crimen organizado dispone de un abultado colchón financiero para sostenerse. Y, de cualquier modo, una contracción del mercado puede intensificar una competencia que tiende a resolverse mediante la violencia.
Por otro lado, los actores ilegales aprovechan la coyuntura sanitaria para consolidar sus propias formas de gobernanza, que unas veces opera paralelamente a la gobernanza estatal, y otras, la sustituye. En Culiacán, los herederos del Chapo Guzmán han asumido como propia la tarea de hacer cumplir la cuarentena y han “decretado” un “toque de queda” que imponen a tablazos (literalmente), con multas y detenciones (que no son otra cosa que secuestros). Y en Italia, la mafia se ha dedicado a distribuir bienes de primera necesidad, aliviando la penuria de muchos. En la lucha por las mentes y los corazones, el mafioso de unos es el benefactor de otros.
El crimen organizado transnacional ha encontrado, además, un renovado dinamismo. La piratería marítima se ha incrementado un 27% durante el primer trimestre del año. Los ataques cibernéticos se han intensificado, afectando la infraestructura crítica pública, pero también a las personas cuya vida cotidiana depende, como nunca, del uso y el acceso a servicios electrónicos y redes de datos. Un eventual giro hacia el proteccionismo y el nacionalismo económico alienta las expectativas de los contrabandistas, que ya hacen de las suyas con algunos productos.
El Covid-19 tiene una dimensión de seguridad tan importante como la propiamente sanitaria. Ignorarla es abrir la puerta a otra pandemia no menos contagiosa, destructiva y letal.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales