El mundo está en guerra.
No es sólo que las guerras en Ucrania y Gaza sean, a su manera, guerras globales -guerras que, sin ser mundiales, como las dos grandes conflagraciones del siglo pasado, tienen efectos extendidos efectos en la geopolítica, las instituciones internacionales, la seguridad, la economía y la diplomacia-, sino que, al tiempo que estas se libran en sus respectivos campos de batalla, tienen lugar otros 54 conflictos armados en distintas latitudes: unos más visibles que otros, y algunos -como el de Sudán- francamente devastadores.
Es el momento menos pacífico desde la II Guerra Mundial, no sólo por el número de conflictos, sino porque 92 Estados están involucrados en alguno o varios de ellos. Los conflictos armados, internacionales o internos, tienden a ser siempre algo más que la suma de las partes beligerantes. Pero esta tendencia se viene acentuando, entre otras razones, por la creciente internacionalización de los conflictos internos. Y el involucramiento de terceros en los conflictos suele favorecer su prolongación, su intensificación y su intratabilidad, y afecta negativamente las perspectivas de su resolución.
Esta es una de las conclusiones del Índice de Paz Global 2024 del Institute for Economics and Peace, que advierte también sobre el aumento de la militarización (medida en términos de pie de fuerza, gasto militar, e importaciones de armas) en 108 países. La cartografía que resulta de esta evaluación del escenario mundial es congruente con la que presentó el Stockholm International Peace Research Institute el pasado abril: en 2023 el gasto militar mundial alcanzó los 2,44 billones de dólares -el mayor incremento interanual desde 2009-. Coincide, igualmente, con una reciente estimación del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados: hoy hay más de 117 millones de refugiados, solicitantes de asilo, y desplazados -una nueva y trágica marca en un registro que no ha dejado de crecer, año tras año-, durante la última década, atribuible en buena parte a la agudización de la violencia y la proliferación de conflictos armados.
Este panorama ofrece pocas razones para el optimismo. Los conflictos “congelados” se descongelan, los intermitentes se reactivan a intervalos más cortos, los más graves dan pocas señales de remisión. La irrupción de nuevas tecnologías en la guerra abre una caja de Pandora que, tal como expuso el papa Francisco ante el G7 días atrás, plantea además dilemas éticos sin precedentes y de la mayor envergadura. La falla en la adaptación al cambio climático alentará, previsiblemente, nuevas confrontaciones. Otras podrían derivarse de la creciente competencia por recursos estratégicos: desde el agua y los minerales críticos hasta el control y el acceso a las cadenas de suministro. El retorno de las armas nucleares a los cálculos militares de varios Estados despierta de nuevo un sonámbulo vitando…
Cuesta entender por qué tantos hacen caso omiso de signos tan preocupantes. Imposible no evocar los versos de Cavafis: “Los hombres conocen el presente / El futuro lo conocen los dioses (…) / Pero del futuro, los sabios captan / lo que se avecina (…) Mientras en la calle, / fuera, el vulgo nada oye”. Muchos líderes políticos, al parecer, tampoco.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales