Siguiendo el Papa Emérito Benedicto XVI con el periodista Peter Seewald en ese agradable estilo dialogado, llegamos a un momento de trascendental importancia para la Iglesia, y para quienes en alguna forma en él intervinieron, el Concilio Vaticano II (1962-1965). La presencia del futuro Papa Ratzinger está ligada a la destacada actuación del cardenal Joseph Frings, de Colonia, muy apreciado por el Papa Juan XXIII, con coincidencia de pensamiento, según lo ya reseñado en torno a la Conferencia de aquel en Génova, que fuera hecha por su asistente el joven teólogo Ratzinger (pág. 158).
Vinieron, durante el Concilio, interesantes encuentros del teólogo y profesor Ratzinger, entonces colaborador de un Cardenal, con personalidades como De Lubac, Danielou, Yves Congar y Von Baltazar. De su permanencia en Roma, deja traslucir el sentimiento antirromano que permanece en Alemania desde el rompimiento de Lutero, sentimiento al que por su amor eclesial se sobreponía, al igual que por el agradable impacto de estar cerca de la persona y pensamiento de Juan XXIII. De éste dice que “desde el principio me fascinó”. De la convocatoria del Concilio dice: “fue un momento conmovedor” (págs. 164-165).
Momento trascendental en el Concilio fue el 15 de octubre de 1962, cuando en sesión plenaria especial se votó sobre si se seguía trabajando en los documentos base (“schemata”) presentados para trabajos conciliares por cardenales y personal del Vaticano, o si, por su estilo y las ideas predominantes en ellos, debían ser fundamentalmente cambiados. En reuniones previas, lideradas por el Card. Frings y el joven teólogo Ratzinger, descalificadas por varios padres conciliares, se motivó a los votantes en el Concilio a pedir el cambio. Vino la votación con ligera mayoría de los partidarios de no cambio de los esquemas iniciales, pero el Papa Juan, palpando tan honda división, “optó porque todo comenzara de nuevo” (págs. 169-171).
Cumplido el hecho antes anotado, por el que dio grande giro a la marcha del Concilio, vino, también, voto especial al cambio del texto que se había presentado sobre las “Fuentes de la Revelación” muy criticado por Ratzinger (21-11-62). Sobre este tema debería trabajar él para nuevo texto, en una de las nuevas Comisiones de redacción que organizó el Papa, actuando muy en armonía con el teólogo Karl Rathner (pág. 172).
No comentaron los interlocutores de estas “Últimas Conversaciones” más detalles del Concilio, sino que pasaron a otros hechos de gran importancia de los años subsiguientes y a apreciaciones generales del hoy Papa Emérito sobre hechos anotados de tanta trascendencia. Como apreciación general precisa Benedicto que el objetivo de los Padres Conciliares se centró en “renovar la fe y ayudar a que fuera más profunda”. Advierte que en algunas aplicaciones, a la ligera, ha habido desbordamientos. Expresa que tiene conciencia de que cuanto se hizo fue correcto y que reclamaba realizarlo. “Era un momento de la Iglesia en el que se aguardaba algo nuevo (págs. 180-181).
Durante la misma época del Concilio, Joseph Ratzinger, al lado de las tareas que en ese magno acontecimiento se le pedían, siguió su labor de catedrático, dejando la Universidad de Bonn y pasando a la de Munster (1963). En esta nueva etapa se estrechó su amistad intelectual y espiritual con el teólogo suizo Von Bahthasar (págs. 185-188), y de tomar distancia de Hans Kung (págs. 193 y 197-199). En 1968 dio especial publicidad a su obra “Introducción al Cristianismo”, de la cual dice: la “escribí en mi propia taquigrafía” (pág. 196-197) (Continuará)
*Obispo Emérito de Garzón
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