Hemos recordado datos de gran interés sobre la vida, pensamiento y actuaciones del polifacético futuro Benedicto XVI, siendo inicialmente en Alemania en donde debió por abrirse paso en el campo académico, con dificultades por su inquieto pensamiento juvenil. Accidentado fue el ingreso como profesor en la Universidad (1957), en donde, después de su “lección pública de habilitación”, debió esperar un tiempo el veredicto de los calificadores (págs. 126-129), no tanto por su exposición sino por el precedente de su ya conocido estudio “Introducción al Cristianismo”, de joven teólogo, y un artículo suyo sobre “Los nuevos paganos” (págs. 122-25), en donde ponía de manifiesto el alejamiento de tantos contemporáneos por fallas en la Iglesia. Eso hizo dudar al jurado darle aprobación a ese profesor de avanzada (pág. 129).
Es de destacar el roce que tuvo como profesor con distintas personalidades que se cruzaron en su camino. Primero con su superior jerárquico, Arzobispo de Munich, Cardenal Joseph Wendel, ante quien por sus escritos, ya mencionados, fue acusado de “hereje”, pero éste, desoyendo esas voces, quiso, más bien, en 1958, que Joseph fuese a Pasing y no a Bonn a la cátedra de Teología. Expuso Ratzinger razones para no ir a ese destino, el Cardenal insistió, pero aquel se negó del todo, ante lo cual el superior no lo forzó, pero no quedó contento (págs. 131-133).
Otras relaciones tuvo Ratzinger como Profesor, en Bonn (1959), en donde fue recibido con gran expectativa, siendo su tema inicial: “El Dios de la fe y el Dios de la filosofía” (pag. 139). En torno a este tema se encuentra en discusión con pensadores como Pascal y S. Agustín, a quienes lo lleva su ya comentado aprecio por Guardini. Con aquel entra en profundización de lo relacionado con el Dios del Antiguo Testamento, a quien buscaba acceso por medio de la Biblia, y, al no encontrarlo fácilmente por ese medio, se vuelve hacia la filosofía, hasta con acercamiento al maniqueísmo, pero llegando a concluir, y el profesor también, que “en los platónicos aprendió que “al principio era la Palabra”, y que los cristianos le enseñaron que “la Palabra se hizo carne”. Dice que esas profundizaciones lo llevaron a un Dios vivo, que conmueve el corazón, pero, a la vez, “accesible al entendimiento” (págs. 140-141).
Ante esa libertad que sintió para la reflexión, llega, más adelante, a hablar de que “la Teología tiene su propia libertad”, sin ser por completo sumisa al magisterio, “pero, sabíamos aceptar que la teología sin Iglesia se convierte en un discurso hecho en nombre propio” (pag. 146). En ese ambiente de profesorado es cuando tiene contacto indirecto con el teólogo protestante Bultman, con teólogos dominicos que lo acercan más a Sto. Tomás de Aquino, y con dirigentes políticos como Konrad Adenauer y Schumachker, que lo ponen a reflexionar sobre el dilema libertad o unidad (pág. 152).
Estando en esas tareas universitarias es cuando llega al pontificado romano S. Juan XXIII que convocó el Concilio Vaticano II, al cual lo acerca el Cardenal Josef Frings, Arzobispo de Colonia, como su teólogo de plena confianza. Inicia Ratzinger esta tarea redactando para el Cardenal, a quien califica de “carácter desenfadado y ligeramente irónico, noble y cordial”, una Conferencia para pronunciar en Genova (19-11-61) sobre perspectivas del ya próximo Concilio. El tema fue “El Concilio y el mundo intelectual moderno”. Se redactó esta conferencia después de leer, Cardenal y colaborador, los borradores de los esquemas que se habían preparado por Comisiones del Vaticano (págs. 155-156). A propósito, comenta que el Papa Juan XXIII, invitó al Cardenal, quien acudió nervioso, pero tuvo la sorpresa de encontrar que el Papa había leído la conferencia y estaba complacido por ella, por encontrarla en “feliz coincidencia de pensamiento” (pág. 158) (Continuará)
*Obispo Emérito de Garzón
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