Nada más sintomático de la decadencia de la política colombiana que la denominada ley de los tránsfugas. O que también puede recibir el nombre de legislación del transfuguismo. Es decir, el mecanismo actualmente en discusión en el Congreso por medio del cual los parlamentarios pueden cambiar de partido como mudarse la camiseta. Lo que, a su vez, les permite acercarse al sol que más les alumbre y acomodarse al mejor postor.
No es esta la primera ocasión que lo intentan con el fin de evadir la doble militancia y hacer lo que se les antoje, como si los partidos fueran una feria. Porque, ciertamente, el mensaje es claro: no se trata de representar a un electorado a partir de una trayectoria ideológica firme; unos postulados claramente prescritos y una actividad proselitista acorde con las convicciones y los programas. Por el contrario, el truco consiste en navegar las cambiantes y turbias aguas de la política al detal y satisfacer las apetencias menores, cual saltimbanquis circenses.
En otras oportunidades el Congreso dio curso a leyes de este tipo, aunque entonces se dijo que sería por una sola vez, aceptando en cierta medida el acto vergonzoso que implicaba. Es decir, se afirmó que por una sola ocasión se incurriría en la conducta pecaminosa antedicha, dirigida a hacer de las colectividades meras plataformas de los intereses creados. Pero ahora se vuelve a insistir para, no solo confirmar el oprobio, sino hacer de ello la conducta rutinaria, erosionando de manera definitiva el régimen de partidos.
Régimen, por lo demás, que ya viene siendo afectado de manera grave en otros aspectos. Hoy, por ejemplo, es una burla lo que acontece con las bancadas partidistas. Si en su momento se pensó que con la disciplina institucional establecida en las nuevas normas se daría, como cortapisa definitoria, seriedad a la actividad parlamentaria, pues, a decir verdad, ello no ha terminado, sino en una mala broma, por decir lo menos.
Basta con consignar, para el caso, la constante fractura de las bancadas en las votaciones de las reformas y otras leyes. En efecto, antes de obedecer los bloques parlamentarios a una dirección y acción ideológica conjunta, se dividen acorde con los gajes y prebendas que les brinde el Ejecutivo, en una verdadera compraventa de la función legislativa. Un espectáculo lamentable que desdice y hiere la calidad de la democracia colombiana.
Ahora, ese fermento fraudulento en que se desenvuelve la actividad parlamentaria, se quiere condimentar con aquel esperpento del transfuguismo. Del que además se habla como cosa normal. Pero no lo es. Porque, como su nombre lo indica, es un acto de piratería.