Los compositores de la Pasión | El Nuevo Siglo
Cortesía
Domingo, 21 de Abril de 2019
Emilio Sanmiguel

Los más de 50 conciertos de Semana Santa, en 11 escenarios, concitaron el interés de multitudinario público, gratamente sorprendido

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Éxito absoluto del Festival de música clásica del Teatro Mayor: Bogotá fue Schubert, Schumann y Brahms.

No solo hubo público multitudinario. La programación llegó a los melómanos, a los que quieren serlo, a quienes les movió la curiosidad y a los que un teatro les intimida o no tienen los medios; porque conciertos gratuitos los hubo en 11 escenarios .El epicentro, claro, fue la Biblioteca Santo Domingo.

Con 50 conciertos solo fue posible cubrir unos pocos.

Filarmónica de Bogotá – Eckart Preu, dir. - Lise de la Salle, piano

Oficialmente el concierto inaugural del miércoles pasado, con la Filarmónica de Bogotá, bajo dirección de Eckart Preu. Abrió con la Obertura de Rosamunde von Zypern D. 644 de Schubert. A lo largo del Andante inicial, la orquesta inundó el auditorio con un sonido seductor, detalles como los decrescendos y matices no podían estar mejor resueltos; impecable el Allegro vivace, especialmente por el sonido de las cuerda.

Enseguida uno de los platos fuertes, de la noche, que no lo fue, el Concierto en La menor op. 54 de Schumann. La francesa Lise de la Salle no estuvo a la altura de las expectativas. No porque lo haya tocado mal o por notas falsas, sino porque no anduvo en comunión, ni con la orquesta ni con el director. Eso flotó en la atmósfera desde los primeros compases del Allegro affettuoso, las cosas no mejoraron en el Andante espressivo, tampoco en la Cadenza y menos aún durante el Allegro molto que corona el movimiento. La relación de La Salle no fue más allá de lo técnicamente necesario durante el Intermezzo, Andantino grazioso, sencillamente no pasó nada y tampoco hubo mucho en el tercero, Allegro animato, solo rutina y oficio, faltó la fogosidad y apasionamiento del que es una de las piedras de toque del repertorio.

Las cosas mejoraron, y mucho, en la segunda parte, cuando Eckart dirigió la Filarmónica en una lograda versión de la Sinfonía n°4 en Mi menor, op. 98 de Brahms que alcanzó su cumbre en el movimiento final, Allegro energico e passionato, porque el alemán se cuidó de manejar con sumo cuidado las suturas de esa monumental pasacalle que Brahms fusionó con un inteligente manejo de la forma-sonata sin pasar por alto la vehemencia del discurso.

Günter Haumer, barítono – Roger Vignoles, piano

Uno de los conciertos que despertaba más expectativas, el Winterreise D.911 de Schubert, el Ciclo de lieder más trascendental de toda la historia sobre los poemas de Wilhelm Müller que se presentó en el Teatro Estudio.

Habla bien del público que una obra tan compleja haya tenido en Bogotá, donde la tradición Liederística es prácticamente inexistente, la recepción que tuvo. Claro, se entiende, porque la acogedora atmósfera del teatro-estudio fue el marco ideal para una interpretación seria y también conmovedora, en la que por igual se admiraba la seriedad del barítono y el desempeño de Roger Vignoles, el pianista británico, que hoy por hoy es una de las grandes autoridades en la interpretación –no el acompañamiento- del Lied. Haumer no sucumbió, ni por un segundo a la tentación de poner la música al servicio de su voz; todo lo contrario, la puso al servicio de Schubert y así debe ser.

A pesar de la advertencia preliminar de evitar interrupciones entre Lieder, a un asistente se le escapó un amago de aplauso justo después de Einsamkeit. No habría que censurarle, fue consecuencia de la manera cómo pianista y cantante recorrían el ciclo, como una unidad, porque Schubert ahí concluyó la primera parte de la composición; tiempo después conoció los poemas restantes. Haumer y Vignoles lograron, a lo largo esa hora y 10 minutos de música ininterrumpida, la atmósfera de desolación, soledad y tristeza. Habría que agradecerles que, a pesar de los aplausos del público, no hayan sucumbido a la tentación de un encore, porque después de su Viaje de invierno, ni el Erlkönig D.328 tenía cabida

Orquesta Sinfónica de Amberes – Robert Treviño, dir. – Ray Chen, violín

Una experiencia como la de este concierto, que tuvo lugar en el Teatro Mayor, difícilmente se volverá a repetir.

La primera parte, tras una preciosa interpretación de la Obertura Genoveva op. 81 de Schumann, estuvo dominada por la actuación del taiwanés Ray Chen en el Concierto en Re Mayor op. 77 de Brahms, que junto el de Beethoven y Tchaikovsky, conforman la trinidad de los grandes monumentos para violín y orquesta del romanticismo.

Algo flotaba en la atmósfera, porque no bien apareció el solista, en el que era su debut en Colombia, hubo electricidad entre el escenario y el auditorio: carisma, magnetismo, como se llame, pero el aplauso no fue normal.

Sí, es verdad que la Orquesta tocó inspiradamente la introducción Allegro non troppo, pero cuando Chen atacó su parte, lo hizo con un sonido tan resuelto y descarnado que hasta podía resultar áspero, pero a lo largo de esa frase, que es tan extensa, fue sometiendo el instrumento hasta doblegarlo para extraerle un sonido lírico y delicado, como si le dijera al público, así es y así era Brahms, huraño, tosco, desmedido, pero también profundamente sensible y poético. Todo el movimiento transcurrió como un caleidoscopio que no perdía unidad ni coherencia, Chen, al contrario de La Salle, no tocaba solo, lo hacía con la orquesta, se metía dentro de ella, después sobresalía, las crines del arco volaban como en una danza al ritmo de la música y sobrevino otro milagro cuando enfrentó la cadenza, que no fue una exhibición de técnica virtuosística, fue música y, sí, también pirotecnia, una especie de alucinación de la que el teatro fue despertando, poco a poco, con ese pianissimo; Triviño fue engarzando el violín con la orquesta, era la cadenza de Joachim, dedicatario del concierto y de quien Chen se da el lujo de tocar uno de los Stradivarius que pertenecieron al íntimo amigo de Brahms.

Desde luego, tanto el segundo movimiento, Adagio, como el extrovertido Allegro giocoso, ma non troppo vivace mantuvieron la magia que hizo al final que el auditorio saltara de sus butacas, como movido por un resorte, para ovacionarlo. Chen, ya fuera de la piel de Brahms, tocó en encore, el arreglo de Koncz sobre el clásico de su patria adoptiva, Australia, Waltzing Matilda.

Triviño y Amberes cerraron gloriosamente con la Sinfonía N°2 en Re mayor op. 73 de Brahms. Orquesta y director estaban en su mejor forma, la atmósfera en la sala no podía ser más propicia. Se hizo realidad aquello de que un amante de la música muestra su casta cuando sinceramente disfruta en profundidad las Sinfonías de Brahms, como esta Pastoral en Re mayor, desde luego en una gran interpretación.

Nuevamente una salva de aplausos y, como al final de la primera parte, un encore, esta vez la Danza húngara n° 5.

Imposible un final más feliz.