Cruzada por la Amazonía | El Nuevo Siglo
Lunes, 19 de Agosto de 2019
  • El Sínodo, un nuevo y preocupante campanazo
  • Reto con niveles locales, nacionales y globales

 

El principal pulmón del mundo se está ahogando. Esa es una de las más dramáticas consecuencias no solo del cambio climático sino de la no adopción de políticas globales para preservar la Amazonía, sin duda el conjunto ecosistémico más importante del planeta, pues se extiende a Colombia, Brasil, Bolivia, Ecuador, Perú, Venezuela, Surinam y Guyana.

La Iglesia Católica, bajo el liderazgo del papa Francisco, viene preparando un inédito Sínodo obispal para llamar la atención sobre los riesgos que afronta la Amazonía por cuenta de la deforestación, la extensión de la frontera agrícola, la invasión urbanística, el tráfico de especies de fauna y flora, la afectación de las fuentes hídricas, la sobreexplotación de recursos naturales, la minería ilegal, los narcocultivos, la ganadería extensiva, la contaminación y otra gran cantidad de flagelos de orden local, regional, nacional e incluso internacional.

Días atrás el Pontífice latinoamericano advertía que los dirigentes mundiales están en la obligación de salvar la Amazonía, ya que esta, junto a los océanos, contribuye determinantemente en la sobrevivencia del planeta. Autor de la revolucionaria encíclica ambiental, “Laudato si”, el papa Francisco insistió en que “gran parte del oxígeno que respiramos llega desde allá (la Amazonía). Es por ello que la deforestación significa matar a la humanidad”.

Colombia, como uno de los principales países amazónicos, está llamada a ser protagonista en el Sínodo. Precisamente esta semana se instaló en Bogotá la Asamblea Presinodal. Según monseñor Óscar Urbina, arzobispo de Villavicencio y presidente de la Conferencia Episcopal, la conservación de la diversidad étnica, cultural, natural y religiosa del bioma amazónico “exige cambios estructurales y personales de todos los seres humanos, de los Estados y de la Iglesia”. El alto prelado llamó la atención de los colombianos sobre las amenazas que en nuestro país se ciernen sobre el territorio amazónico e invitó a todos los sectores a trabajar en su combate. “El papa Francisco ha llamado a cambiar el paradigma histórico con  que los Estados ven la Amazonía como despensa de los recursos naturales por encima de la vida de los pueblos originarios y sin importar la destrucción de la naturaleza”, denunció.

Incluso el propio presidente Duque urgió que en dicho Sínodo, a realizarse en octubre en El Vaticano, se emita una condena global al narcotráfico, uno de los flagelos que mayor daño le está causando al más importante nódulo de biodiversidad del mundo. En el último reporte de la ONU -dos semanas atrás- sobre sembradíos ilegales en nuestro país, se indicó que en la “región de la Amazonía” como tal solo se detectaron el año pasado 228 hectáreas de narcocultivos, sin duda un bajo volumen frente a otras regiones como la Pacífico, la Central y la Putumayo-Caquetá, que concentran más de 160 mil hectáreas de hoja de coca. Pero es claro que tanto esta última como la Meta-Guaviare, que ocupa el cuarto lugar en el top de áreas más afectadas, ya cobijan una parte de los linderos y el bosque amazónicos.

Pero no es la única amenaza. La deforestación es otro de los grandes peligros para este conjunto ecosistémico. A comienzos de julio, por ejemplo, se reveló el último informe nacional al respecto, según el cual se quebró la curva ascendente del flagelo en Colombia, un hito que no se había logrado en la presente década. Si bien en la Amazonía, la región que cuenta con la mayor cantidad de bosque del país (el 17 por ciento), la deforestación disminuyó en 5.971 hectáreas el año pasado, lo cierto es que se pasó de 144 mil afectadas en 2017 a 138 mil en 2018. En otras palabras, aquí se produce casi el 60 por ciento de la destrucción de ecosistemas boscosos. Toda una tragedia.

En los últimos años es claro que Colombia es uno de los países más activos en preservación de esta “fábrica de biodiversidad”. El actual Plan Nacional de Desarrollo tiene previsto invertir en la región de la Amazonía más de 34 billones de pesos, bajo un modelo de desarrollo sostenible y diferencial que tenga como prioridad conservar la riqueza natural, pluricultural y multiétnica. No en vano allí existen ya varios millones de hectáreas de reserva natural declaradas.

Sin embargo, como bien lo describió el informe central de nuestra edición dominical, la protección del ecosistema amazónico es una tarea trasnacional y es evidente que hay visiones y políticas muy distintas en la región y en los énfasis de los gobiernos suramericanos. La mayor alarma, por ejemplo, está en las posturas desarrollistas radicales de Bolsonaro en Brasil, el auge del narcotráfico en dos provincias amazónicas peruanas o las polémicas en Ecuador por las actividades petroleras selva adentro… Por igual es claro que la ONU, otros entes multilaterales y el conjunto de países -muchos de ellos los mayores causantes del cambio climático- no pueden solo limitarse a exigirle a las naciones amazónicas que preserven este pulmón del mundo. Tienen que aportar económica, institucional y científicamente para ese propósito. La Amazonía es un asunto de supervivencia del planeta y todos tienen responsabilidad en él.