Colombia no se detiene | El Nuevo Siglo
Martes, 10 de Diciembre de 2019
  • El país mejoró 11 puestos en el IDH
  • Desigualdades de viejo y nuevo cuño

 

El avance de la calidad de vida en Colombia es innegable, por más que en medio de la profunda polarización que registra el país existan sectores que insisten, contra toda evidencia, en desconocerlo. Una prueba de esa mejoría se dio, precisamente, ayer al conocerse el Informe mundial sobre Desarrollo Humano 2019, realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

De acuerdo con dicha medición, Colombia registró un avance superlativo en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), pues pasó del puesto 90 al 79 entre un global de 189 países, según la última actualización estadística. Es decir, que en un año subió 11 puestos, lo que ubica a nuestra nación dentro de la categoría de “Desarrollo Humano Alto”, según esa agencia de Naciones Unidas.

Las cifras son contundentes: entre 1990 y 2018 el IDH del país pasó de 0.600 a 0.761, lo que implica “un aumento notable” del 26.9 por ciento. Se trata de un dato muy esperanzador si se tiene en cuenta que la escala va de 0 a 1, siendo este último el máximo nivel posible de desarrollo humano. Noruega, una vez más, fue el país con puntaje más alto, al alcanzar 0,954. En el mismo lapso la expectativa de vida al nacer en Colombia se incrementó en 7.4 años, mientras los años de escolaridad aumentaron 2.9. Asimismo, el ingreso per cápita aumentó 74.5 por ciento. A ello se suma la marcada reducción de la pobreza monetaria, que pasó de 49 por ciento en 2002 a 27 por ciento el año pasado.

Obviamente ese mejoramiento progresivo de las condiciones de calidad de vida no significa, en modo alguno, que se hayan superado todas las falencias socio-económicas que arrastra un país que ha soportado más de seis décadas de conflicto armado y tiene una alta concentración del ingreso y de la propiedad de la tierra, factores que el Estado ha ido amortiguando con base en una progresiva estructura de asistencias sociales y subsidios cruzados para la población con mayor cantidad de necesidades básicas insatisfechas. Precisamente por ello es que se ha evolucionado de medir la pobreza como un factor típicamente monetario y cuantitativo, a calcularla con un enfoque multidimensional que no solo se basa en el nivel de ingreso económico de las personas y sus familias, sino que sopesa otros elementos esenciales como acceso a servicios públicos, tipo habitacional, oferta educativa, asistencias estatales directas o indirectas… No es un asunto menor si se tiene en cuenta que hoy la tercera parte del Presupuesto General anual de nuestro país se destina a la estructura de subsidios.

Ahora bien, aunque el informe del PNUD, revelado ayer en Bogotá, resalta los avances de Colombia en muchos aspectos, también advierte que cuando el IDH se ajusta por desigualdad, nuestro país y otras naciones latinoamericanas como Brasil y México registran “caídas significativas” de su desarrollo humano, confirmando a esta región como la más desigual del mundo, un sino trágico que arrastra hace varios decenios.

Otro aspecto a tener en cuenta es que Naciones Unidas insiste en la necesidad de ajustar las mediciones sobre desarrollo humano a una nueva serie de realidades, enfoque que viene dado desde el mismo título del informe revelado ayer: “más allá del ingreso, más allá de los promedios y más allá del presente: las desigualdades en el desarrollo humano en el siglo XXI”. Se trata, sin duda, de un enfoque que debe perfilarse no tanto a nivel mundial sino en las esferas de lo nacional y lo regional, ya que busca medir afectaciones puntuales causadas por factores y circunstancias de nuevo cuño a las que nadie puede escapar, sin importar en qué lugar del planeta se encuentre. Tal es el caso del mayor o menor grado de transformación digital de una región, los efectos lesivos del cambio climático en determinadas zonas o el nivel alto, bajo o medio de acceso al conocimiento que tiene tal o cual nodo poblacional.

Para solo citar un caso local: es claro que las poblaciones colombianas que viven en zonas costeras ven más afectada su calidad de vida por el aumento progresivo de los niveles del mar (un efecto típico del calentamiento global) o que las comunidades del Chocó mejoran sus posibilidades de progreso en la medida en que tienen un acceso a internet de banda ancha. 

Precisamente por la necesidad de analizar el impacto de estas nuevas causales de desigualdad es que, como bien lo advertía el editorial del lunes pasado, resulta necesario tomar distancia de algunos teóricos de los modelos económicos que insisten en comparar escenarios actuales con los de una centuria atrás, sacando conclusiones que no corresponden a la realidad.

Es claro, entonces, que Colombia es un país que progresa y avanza en calidad de vida. Los indicadores nacionales e internacionales lo confirman. De hecho, profundizar la equidad es la principal bandera del actual gobierno y la meta transversal de su Plan de Desarrollo. Si bien falta mucho camino para acabar con la desigualdad palpable en muchas zonas y ámbitos, se transita por el camino correcto, aunque urge acelerar el paso lo más posible.