A comienzos de este mes reabrió sus puertas, tras dos años de quiebra y desolación, la popular plazoleta de comidas ubicada a las espaldas de El Campín y que, durante las últimas seis décadas, se convirtió en un refugio cálido para que los hinchas del fútbol, tras el último pitazo de un partido, tuvieran un lugar en el que pudieran seguir hablando de un único y vital tema: fútbol, por supuesto.
Fuera una tarjeta roja o amarilla mal pitada, entre refajo y refajo siempre se discutía (y se sigue discutiendo) la jornada futbolística. El amor por el juego y por el aire que se respira en El Campín convocó a los buenos hinchas y a los buenos barristas a convertirse en parte del mundo de los comerciantes del Palacio del Colesterol, de una familia para cualquier efecto que en septiembre de este año cumple 60 años.
“Sesenta años al servicio de Bogotá que no se están reconociendo. Yo llegué al Palacio porque ese fue un legado que me dejaron mis abuelos y aún hoy mi mamá trabaja allí. Lleva 58 años pero no es la más antigua: otra de nuestras colegas tiene los 60 años que tiene el Palacio funcionando trabajando en él”, comienza su relato a EL NUEVO SIGLO Carlos Parra, uno de los comerciantes del Palacio y quien lleva 47 trabajando en el asadero del local.
“Yo no comprendo por qué la directora y el subdirector actual del IDRD cogieron entre ojos el sitio en donde se ha hablado de fútbol y al que han asistido las grandes personalidades de la política nacional por décadas. En los setenta hacían campañas políticas en este lugar. Y por eso cuando en 1962 el alcalde Jorge Gaitán Cortez entregó este sitio, construido por nuestros abuelos, mano de obra de ellos, este se convirtió en un icono para Bogotá”.
Y lo reitera: “Son 60 años al servicio del fútbol, al servicio de la capital y no quieren convertirlo en patrimonio. Tenemos un año pero nuestro futuro es de verdad incierto”, advierte este hombre apasionado por el fútbol y quien asumió la vocería de este grupo de personas para que no les quiten su casa, la casa en la que hinchas se han convertido en familia y amigos de hombres y mujeres, la mayoría de ellos adultos mayores, que levantaron a sus hijos a punta de hacer fritangas en los días de fútbol.
“Si el Día de la Madre había fútbol los hinchas nos llevaban una chocolatina, hasta flores. Alguien decía: la Mona, porque así me decían, la Mona está cumpliendo años y me tomaban fotos y me llevaban detalles. Son recuerdos muy lindos que guardo con inmenso cariño”, le dijo a EL NUEVO SIGLO Ludith, una de las comerciantes del local y quien maneja el único asadero de carnes que tiene este establecimiento.
Y así se fue consolidando, con el transcurrir de los años, entre partido y partido, esta relación afectuosa de los vendedores del Palacio con su clientela. “Yo llevo 28 años yendo. La primera vez que fui al estadio y al Palacio tenía 10 años, y desde entonces sagradamente después de cada partido íbamos allá”, le dice a este medio Fede, un hincha furibundo de Millonarios que retornó este año al estadio con algo de nostalgia, pues su mamá futbolera y que lo introdujo en el mundo del fútbol, murió en el marco de la pandemia.
“Fui con mi nana desde muy niño. Ella hacía parte de las barras organizadas de Millos, fundadora, tenía 73 años y me inculcó el amor por el equipo. Siempre se reunió con los compañeros de las barras porque es una tradición así que también llevo 28 años conociendo a Carlos y a la Mona que, hoy por hoy, son parte del espectáculo del fútbol. Uno los conoce y los quiere: son las personas que siempre están ahí, a los que les pedíamos que nos cuidaran nuestras pertenencias que no podíamos entrar. Este es su legado y no se puede borrar de un plumazo”.
Entonces sí… hay alegría y hay esperanza entre vendedores como Ludith, quien lleva 37 años trabajando en el denominado Palacio del Colesterol, pero subsisten dos temores: que el 2 de mayo del año entrante los obliguen a cerrar (el permiso está habilitado hasta esa fecha), y que el próximo 2 de mayo de este año suspendan su funcionamiento, pues la persona que cuida este local vive allí, lo que por ley está prohibido.
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Adecuaciones por mano propia
Y no ha sido nada fácil. De hecho, para poder reabrir, los comerciantes del lugar, en donde hoy está habilitado el permiso para que funcionen 11 módulos de comidas, tres fogones, un baño y una bodega, sacaron 12 millones de pesos de sus propios bolsillos para que las cicatrices que dejó el abandono durante los 24 meses que duró cerrado no se notaran.
“El sitio no estaba adecuado y nos tocó a nosotros asumir el mantenimiento y la obra de mano de obra. Debemos una plata grandecita pero valió la pena. Tocaba adecuar el sitio, no había de otra. Nosotros estamos en el declive de la vida pero tenemos nuestra clientela”. Blanca Durán fue clara: No le gusta “el fútbol y la fritanga y esas cosas mucho menos, pero nosotros dependemos y vivimos de esto, y hemos sacado a nuestros hijos adelante gracias al Palacio del Colesterol”, añadió Ludith.
Con risa confiesa que ella fue una hija de papi y mami, “como decimos en Colombia”, y al casarse con un hombre que trabajó en el Palacio toda su vida de la mano de su mamá, Carlos Julio Parra, e hincha de Santa Fe, se fue para allá.
“Llevamos 42 años de casados, él me dijo que me fuera a trabajar con él y aquí segamos… 37 años trabajando”, reitera la Mona, como le dicen los hinchas que la conocen desde hace años, y quien teme porque en enero del año entrante los saquen del Palacio.
Su abuelo y luego su mamá fueron también celadores del Palacio. “Esa vivienda siempre ha existido desde que se fundó el Palacio pero a la señora Blanca Durán no le sirve porque este es un espacio público en el que no puede estar ninguna vivienda. El permiso va hasta el 30 de abril pero si el 2 de mayo el muchacho no desocupa no prosigue el permiso”, indicó por su parte Carlos Parra. “Temo que como yo le entregué las llaves no nos dejen trabajar así y estamos pensando en adelantar una protesta el 2 de mayo”.