Bicentenario, ¿para qué? | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Agosto de 2019

Esta columna retorna hoy a esta casa periodística, gracias a la generosidad de su director, contra el telón de fondo de la conmemoración del bicentenario de la Batalla de Boyacá.  Una efeméride -la de la independencia y el nacimiento de la República- que debería servir para revisitar, sin euforia patriotera, con digno orgullo ciudadano, el trayecto recorrido durante estos doscientos años de construcción de país.  Para hacer un inventario de los logros y progresos alcanzados, sobre los cuales es posible seguir proyectando el país hacia el futuro.  Para hacer el balance de las tareas diferidas por un tiempo ya bastante largo, y el de aquellas que sólo parcial o negligentemente han sido cumplidas, las cuales lastran el perfeccionamiento de las instituciones, entorpecen el crecimiento económico y la generación de nueva riqueza, y retrasan el progreso social.  Para buscar y encontrar, haciendo el esfuerzo que ello demanda, mejores respuestas a cuatro preguntas que, acaso, son una sola y única pregunta fundamental: qué hemos sido, qué somos, qué queremos y qué podemos ser.

Ninguna nación ha surgido por generación espontánea, de la noche a la mañana.  Ninguna nación ha nacido sin dolores de parto, ni ha madurado sin enfrentar conflictos o lidiar incertidumbres.  Ninguna nación lo ha sido nunca, además, de manera definitiva; toda nación es, de algún modo, un proyecto siempre incluso; toda nación -¡y de qué forma lo ha sido Colombia!- lo es a pesar de sí misma y de los suyos.  La trillada máxima de Renan también significa todo esto: cada nación es, en efecto, un plebiscito que hay que renovar todos los días.

Es mucho el conocimiento que el país ha adquirido sobre sí mismo durante las últimas décadas.  Ello ha sido posible gracias al esfuerzo, cada vez más minuciosa, de investigadores y expertos de diversas disciplinas -historiadores, sociólogos, etnógrafos, economistas…-, y a la disponibilidad creciente de nuevas y mejores herramientas para escudriñar el pasado.  El acervo acumulado con semejante labor debería contribuir a desmontar viejos pero arraigados mitos que falsean la historia y ensombrecen la comprensión del presente de Colombia.  Y debería aprovecharse para desvelar, en toda su inconsistencia y tendenciosidad, algunas narrativas sobre la trayectoria histórica de la nación, que hábilmente explotadas con fines propagandísticos, ponen en riesgo la posibilidad de pensar, entre todos, el porvenir.

La conmemoración del bicentenario de la Batalla de Boyacá ofrece también una ocasión para reflexionar sobre las virtudes cívicas y los valores republicanos.  Para evocar no sólo a los líderes políticos y a los héroes militares que allanaron el camino por el que el país ha transitado (y a veces, errado) durante estos doscientos años; sino para recordar también a algunos personajes menos visibles de la gesta libertadora, cuyos gestos deberían inspirar otros de igual nobleza en los tiempos actuales.

Gestos como el de los niños Pedro Pascasio Martínez y el Negrito José, que rechazaron el soborno que, para escapar, les ofreció Barreiro.  Gestos que recuerdan que no es la proliferación de leyes, ni la severidad de los castigos, ni el frenesí moralizante, las claves para derrotar la corrupción, sino la decisión individual de hacer lo correcto, de no transigir ni negociar con la propia conciencia, de no expropiar el bienestar público para satisfacer la ambición y la voracidad propias.

Bicentenario, ¿para qué?  Pues para esto.  Que no es poca cosa.  Que, de hecho, es mucho, dadas las condiciones en que actualmente se encuentran la discusión pública; la calidad del liderazgo, el clima y el lenguaje políticos; el ánimo de la ciudadanía; la confianza en las instituciones.  Acaso reconociéndose y reencontrándose en el pasado, y apropiándose de él con un necesario y responsable beneficio de inventario, los colombianos puedan reconocerse en el presente y reencontrarse para seguir construyendo país.

Glosa.  A propósito del Bicentenario, vale la pena leer “1819”, del historiador Daniel Gutiérrez Ardila, ilustrado por Santiago Guevara.  Una estupenda puerta de entrada para quien quiera cruzar el umbral y empezar a recorrer la historia de Colombia. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales