Xi Jinping tiene una meta fija, convertir a China en la primera potencia mundial en los próximos 20 años, quizá antes. Y, a todas luces, lo logrará.
Para muchos el liderazgo de Xi Jinping, obtendrá para su pueblo “el sueño chino”. Algo semejante al “sueño americano”, ese ideal de confort y progreso que él conoció en su juventud cuando visitó a USA.
Desde el 14 de marzo de 2013 es Presidente de la República Popular China, además de ser Secretario General del Comité Central del Partido Comunista y Presidente de la Comisión Militar Central. Esta acumulación de poder lo convierte en uno de los hombres más poderosos del mundo, gobernante de la nación más poblada de la tierra (1.500 millones de habitantes) y, quizá, la más pujante.
Siendo niño, su padre, ex vicepresidente de China, fue encarcelado y él enviado a un duro campo de reeducación agrícola y, luego, a trabajar en canteras. Sufrió por años la persecución y el ostracismo de las depuraciones, tan frecuentes e inhumanas, del régimen de Mao Zedong.
Hoy es claro que Xi sigue los pasos de quien fue el arquitecto del desarrollo chino de las últimas décadas, Deng Xiaoping. Este líder supremo de la nación, desde 1978 hasta su retiro en 1989, fue quién formuló la política de "un país, dos sistemas", refiriéndose a la, hasta ahora innovadora y exitosa, coexistencia bajo un solo gobierno, del ideal político comunista y el sistema económico capitalista de occidente (comunismo y capitalismo bajo el mismo techo).
Xi apoya su gobierno en los cuatro pilares de modernización que planteó Xiaoping: la modernización de la agricultura, la ciencia y tecnología, la industria y el poder militar.
En su discurso de aceptación como Presidente de la República Popular de China, Xi juró perseguir la corrupción como el peor de los problemas que enfrentan el país y el Partido Comunista.
Enfáticamente afirmó que castigaría “desde los tigres hasta las moscas”; refiriéndose a que nadie, desde los más poderosos jefes del partido hasta los ciudadanos más insignificantes, escaparía su intención de acabar con la corrupción a toda costa.
Esto nos recuerda las enseñanzas de Confucio, que condenan la corrupción como el peor crimen de un servidor público, por lo cual, el culpable de tal crimen, de tiempo atrás, ha sido castigado en China con la pena de muerte.
Sin embargo, existen acusaciones contra el enriquecimiento desmesurado de su familia cercana. En especial, de su hermana y de sus hijos. Pero, vale decir que no han sido probadas.
Estos feos rumores, no parecen afectar los fantásticos logros obtenidos por Xi. La efectividad y disciplina de su gobierno es arrolladora. Lo que se propone lo logra. Algunos de sus propósitos son de gran escala, como lograr en cinco años que 60 millones de chinos salieran de la pobreza, a lo que él llama solo el comienzo para erradicar completamente la pobreza absoluta en China.
Otros son de menor escala, pero no por ello menos importantes, como la perentoria orden por la cual todo hogar chino debe contar, para fines del 2018, con un inodoro, al estilo occidental, porque estos son más higiénicos y más cómodos que los antiguos huecos en el piso usados en toda China.
El poderoso Xi, sin duda, es uno de los líderes que dejará su huella en nuestro tiempo.