En vísperas de la posesión de Donald Trump, los Estados Unidos y el mundo se sienten como jugadores en un casino cuando el croupier demanda hacer las apuestas. Todos quieren acertar, las apuestas son altas, hay mucho invertido en cada jugada. Sin embargo, lo único seguro en los juegos de azar, por más cábalas o estudios de probabilidades que se hagan, es que no hay número ni color que dé certeza de triunfo.
La incertidumbre, una realidad en el juego, se ha apoderado de la política norteamericana. El comienzo de la presidencia de Trump se parece cada día más a lo que sucede en un casino. Su personalidad variopinta hace impredecible sus actuaciones como gobernante.
Los líderes del mundo, los periodistas y políticos, los estadounidenses, todos nos preguntamos, ¿cómo gobernará este hombre que ha demostrado durante su campaña, y como presidente electo, tanta volatilidad? La única certeza que tenemos es que Trump puede cambiar, y de hecho cambia de opinión, y aun de personalidad, con la rapidez y facilidad con que un camaleón cambia de color. Así que tratar de predecir cómo actuará como presidente puede ser una mala apuesta.
¿Cómo serán sus primeros 100 días? Ni siquiera los líderes del partido republicano tienen certeza. Trump actúa como un lobo solitario, ajeno a las directrices de su partido y a toda lógica. Este parece ser su estilo. ¿Puede alguien con ese estilo producir buenos resultados? Un gobierno así es territorio no explorado. Algo bien distinto a la política de disciplina partidista, tradicional en los Estados Unidos.
Aún más desconcertante ha sido el hecho de que varios de los personajes seleccionados por Trump, para ser sus más cercanos colaboradores en el gobierno, durante sus comparecencias ante el Senado para ser ratificados, marcaron decididamente sus diferencias sobre algunas de las opiniones y propuesta manifestadas por el futuro presidente.
Este fue el caso del congresista Mike Pompeo, designado por Trump para ejercer como Director de la CIA y del general en retiro, James Mattis, aspirante a Secretario de Defensa, ambos puestos claves en la política de seguridad del país. Sin reticencia, ambos defendieron la importancia de la OTAN, las alianzas con la Unión Europea y su preocupación por la política expansionista de Rusia. Algo claramente opuesto a lo manifestado por quien será su jefe.
Otro tanto ocurrió con el candidato a Secretario de Estado, Rex Tillerson, quien se manifestó de acuerdo con las sanciones impuestas a Rusia por el gobierno de Obama, a pesar de que Trump ha sido muy claro en restarle importancia a la anexión bélica de Crimea por el Kremlin.
Estas divergencias de pensamiento entre quienes conformarán su equipo y Trump tienen, paradójicamente, tanto de desconcertante como de tranquilizante. Su equipo, hasta ahora, se ha mostrado más prudente y menos errático que el presidente electo. Y de acuerdo a lo expresado en estos días por Trump, él está dispuesto a oírlos. ¿Podría su equipo lograr el equilibrio que el gobierno más poderoso del mundo requiere? Sin lugar a dudas, su gente tiene la capacidad necesaria.
¿Será este un gran gobierno que aprovechará algunas de las mentes más exitosas del país? O al contrario ¿será un verdadero fiasco?
¡Hagan ustedes sus apuestas! Yo apuesto por el éxito. Si Trump utiliza su lado brillante y su exitoso equipo, podríamos estar al comienzo de un excelente gobierno.