“Documentada penetración criminal en régimen venezolano”
La presencia de irregulares colombianos en Venezuela y el aprovechamiento de la frontera con ese país como santuario son cuento viejo. Es un fenómeno que se remonta antes de Chávez y Maduro, quienes más de una vez expresaron su simpatía por las Farc, recibieron a sus dignatarios, y prohijaron sus acciones. Antecede a Uribe, quién hasta el último momento, y salvo ocasionales “treguas”, denunció la tolerancia, cuando no el apoyo directo del que gozaban las “organizaciones narcoterroristas” en tierras de la Revolución Bolivariana. Y así fue durante la administración Santos, aunque le haya puesto sordina -como a tantas otras cosas- en aras de su apuesta en La Habana.
Pero hoy, ese fenómeno tiene nuevas dimensiones.
La penetración criminal en el régimen venezolano está suficientemente documentada, tanto por fuentes oficiales como por investigaciones independientes, y por testigos directos. Por una nefasta paradoja, acaso esa sea una de las claves que explican su supervivencia en medio de la disfuncionalidad. En muchas zonas del país, distintas organizaciones ilegales, dedicadas a formas no menos diversas de economía criminal, han establecido una relación simbiótica con las expresiones locales de ese régimen. Incluso hasta el punto de convertirse en factores de gobernabilidad, gestión económica, y control social.
En un plano más amplio, esa simbiosis se traduce en benévola negligencia, y a veces, en franca connivencia. Algunos observadores han llegado a calificar al régimen venezolano de “mafiocracia”. Una mafiocracia transnacional, a la que no escapa ni siquiera ni siquiera el control y el saqueo de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, a través de los cuales se administra el hambre y la precariedad en que viven muchos venezolanos.
Semejante “criminalización” estructural genera enorme repulsa en amplias capas de la población. Igualmente, entre los sectores que siguen siendo afectos al ideario bolivariano, pero que han tomado una distancia cada vez mayor del extravío chavista y de la corrupción madurista. Y también entre los sectores más “institucionalistas” del estamento militar, que ven con desagrado el margen de libertad tan amplio con el que operan estos criminales, y especialmente, el Eln y los elementos residuales de las Farc. ¡Como si no fuera suficiente con la omnipresente ocupación cubana!
Desde hace varios meses el gobierno de Iván Duque ha vuelto a llamar la atención sobre el asunto. El Grupo de Lima ha hecho eco de sus preocupaciones. A ello ha dado nueva credibilidad el retorno de Iván Márquez y sus compañeros contumaces a la violencia y a la ilegalidad, anunciado por ellos mismos en un video presumiblemente grabado en Venezuela, un mes después de que el propio Maduro les diera expresa bienvenida durante la clausura del Foro de Sao Paulo. Y en efecto: ahí los tiene.
Cualquier cosa que desestabilice a Colombia y debilite al gobierno Duque haría las delicias de Maduro, y estaría más que dispuesto a apoyar a quien le ofreciera provocar ese efecto, por ejemplo, el grupúsculo de Márquez y compañía, o el recalcitrante Eln. Pero que su afinidad y benevolencia para con ellos quede en tan grotesca evidencia no deja de desvelarlo, al tiempo que suscita en él temores atávicos.
Temor a una intervención militar, cuya probabilidad parecía haberse diluido pero que ha vuelto a emerger -sin que nadie hasta ahora la haya mencionado- por cuenta de su patrocino a unas organizaciones que muchos califican como terroristas (y que como tales se comportan). Temor a que su familiaridad con esas mismas organizaciones repercuta en la unidad del estamento militar, ya recorrido por algunas fracturas, y del cual depende su suerte.
Por eso ha salido a la defensiva. A declarar la alerta naranja y a desplegar su sistema misilístico (sic) ante la agresión que, según él, se prepara por enésima vez desde Colombia. Una bravuconada, ha dicho el presidente Duque. Un tremendo cinismo. Porque la verdadera amenaza para Venezuela son esos huéspedes incómodos que su régimen acogió, y cuya presencia y arraigo constituyen uno de sus peores legados. *Analista y profesor de Relaciones Internacionales.