Una de las políticas más consistentes de las que está adelantando el gobierno Duque, acaso la más coherente, es la política energética. Sus frutos se verán en el mediano plazo. Se le hace menos bulla mediática que a otras, pero, sin duda, merecería más realce y aplauso.
Un primer aspecto a resaltar es el giro audaz y rotundo que se está dando hacia la construcción de una canasta energética más diversificada, con la que se dependa menos de las energías tradicionales y pasen a tener más peso las energías renovables no convencionales.
Con las medidas que se han adoptado, el país pasará de disponer de menos de 50 megavatios de energías no convencionales que tenía en 2018 a 2500 megavatios en 2022. Un salto gigantesco: del 1% al 12% de la demanda se atenderá con no convencionales.
El sector transporte, que es el gran consumidor de combustibles líquidos, como que consume actualmente el 40% de éstos, pasará a consumir (con el empuje que se le viene dando a los vehículos eléctricos) apenas el 20% de la energía líquida (gasolina y diésel) en 2050.
El gas (pero también los biocombustibles que no deben olvidarse en este ajedrez) debe jugar un papel muy importante en este gran propósito de disponer de una matriz energética mejor equilibrada, que nos haga menos dependiente de la gasolina como acontece en la actualidad.
Ahora bien, en la semana que acaba de concluir la Unidad de Planeación energética minera (UPME) del Ministerio de Minas y Energía, ha presentado una actualización de sus proyecciones de demanda hasta el año 2050, donde concluye lo siguiente:
“Las proyecciones de la UPME estiman que a 2050 un 30% de los vehículos del país, incluyendo motos, será eléctrica. Un 12% de los automóviles, camionetas y camperos particulares serán eléctricos mientras que un 50% de las motos se moverán con este tipo de tecnologías. En cuanto al transporte público individual, un 30% se moverá con gas natural vehicular”
La conclusión de estas proyecciones es que el país tendrá un incremento notable de su consumo de gas en los años venideros; consumo que no alcanzará a ser atendido en su totalidad con la producción doméstica de gas natural. Pues su oferta empieza declinar tanto en el campo off-shore de Ballenas y Chuchupa en la Guajira, como en Cusiana y Cupiagua en el Casanare.
En efecto, para 2024 se vislumbra un déficit que habrá que suplirse con importaciones, para lo cual habrá que construir una planta de regasificación de gas licuado, probablemente por los lados de buenaventura para recibir los gases importados del sur del continente. E igualmente ampliar la capacidad de transporte existente en el país.
La otra lección que deja esta proyección de oferta y demanda del gas en Colombia es que el fracking, cuya suerte está pendiente de un importante concepto que debe dar el Consejo de Estado en este año, será crucial para cortar la tendencia declinante en materia de reservas que tenemos tanto en crudos como en gas en Colombia. Las de gas apenas alcanzan para 16 años. Muy poco.
El futuro energético del país se está jugando pues en estos tiempos. La política que viene implementando el gobierno es acertada y hay que aplaudirla.
En nuestra matriz energética están empezando a tener más peso las energías no convencionales. Y tenemos que aumentar la producción tanto de crudo como sobre todo la de gas, para atender la creciente demanda que de este energético se vislumbra.
Mientras tanto, y para llenar el déficit que proyecta la UPME, tenemos que prepararnos con nueva infraestructura para recibir las importaciones del gas que empezará a faltarnos a partir del 2024. Un gran reto.