¿A dónde irán los abrazos que no nos dimos?, ¿Y las risas? Las horas sin hacer nada, las conversaciones intrascendentes que no tuvimos y las canciones viejas que dejamos de bailar, ¿A dónde irán? ¿Habrá algún baúl que acumule las nostalgias de lo que no vivimos?, ¿Un cementerio de historias truncadas?
¿Dónde quedó la paz que no tuvimos?, las caminatas por la montaña, las puertas abiertas, las charlas en la esquina, las calles tranquilas y las noches sin miedo. Los sueños de los chicos que no serán soñados ¿Dónde están? Cambiar el mundo, decir lo que se piensa, hacer lo que se quiera, vivir sin que nos duela. Mutilaron el futuro y lo echaron al río, ¿A dónde irá a parar?
En alguna parte estarán las cosas que dejamos de vivir, no podemos perder su rastro. En algún rincón, agazapados, esperan por nosotros los sueños. Es necesario hacer inventario de las nostalgias, contabilizar, repasar la lista de todo aquello que compone la vida que anhelamos y actuar. Sabemos bien de qué se trata el horror, lo hemos vivido muchas veces y en todas sus versiones, no podemos permitir que se instale de nuevo en la indiferencia.
Durante décadas esta peor versión de lo que somos, que amenaza, que intimida, que tortura y que mata, la han padecido las comunidades en los campos y en los barrios más vulnerables. Por momentos la barbarie también se ha instalado entre el lujo y la comodidad vestida de secuestro, de extorsión y de explosión. Si algo sabemos bien es que esa no es la vida que queremos. En todos los casos la sensación de soledad ha sido la misma. Todas las veces las historias truncadas fueron a dar al cementerio de las nostalgias y de las vidas por vivir, del país por construir.
No es suficiente con mirar hacia otro lado para que las cosas que no nos gustan desaparezcan. No basta con resguardarse en la burbuja o con irse a otra parte, literal o metafóricamente. El horror no deja de suceder si no ponemos las noticias. Está ahí y permanece, aunque aún no nos alcance. Lejos o cerca, la humanidad es una sola. Las atrocidades cometidas contra otros, en otros tiempos y en otras partes, son las mismas que padecen hoy los nuestros cada vez más cerca. Somos los mismos. No reconocernos en los demás y ser indiferentes a su desgracia nos condena a estar en su lugar, tarde o temprano.
Por la paz que no tuvimos, por la vida que anhelamos, por los sueños que esperan ser soñados, no podemos ser indiferentes. El inventario no es tan largo, al fin y al cabo, la mayoría de la gente busca cosas parecidas: abrazar, reír, besar, comer rico, dormir bien, aprender, trabajar, jugar con el perro, crear, pasear, quitar al gato de la silla y bailar canciones viejas junto a los amigos; decir lo que se piensa, hacer lo que se quiera y vivir sin que nos duela. Lejos o cerca, somos los mismos.
@tatianaduplat