“Inaceptable que ‘Márquez’ acabe definiendo futuro de Colombia”
En un documento elaborado para el Banco Mundial en 2007, los economistas Paul Collier, Anke Hoeffler y Måns Söderbom hacen una advertencia que resulta oportuno recordar hoy en Colombia: “La paz postconflicto es por definición frágil: un país típico enfrenta cerca de un 40% de riesgo de reversión al conflicto durante la primera década de paz. En consecuencia, cerca de la mitad de todas las guerras civiles se deben, esencialmente a recaídas en conflictos previos. Tanto los actores externos como el gobierno transicional, por lo tanto, deben dar prioridad a la reducción de ese riesgo”. Se trata de una advertencia que sirve para ponderar el anuncio hecho por ‘Iván Márquez’ y otros ex miembros de las Farc, en el sentido de que han decidido retomar las armas y volver a la ilegalidad.
La pretendida “refundación de las Farc”, declarada por ‘Márquez’ y los recalcitrantes que lo acompañan, está muy lejos de ser una anomalía. Ningún proceso de desarme, desmovilización y reintegración, en ningún lugar del mundo, ha sido 100 % exitoso. Algunos sectores de las organizaciones armadas deciden desde el principio no participar en el proceso. Algunos excombatientes -por muy diversas razones- lo abandonan a mitad de camino. Todo proceso de paz tiene sus relapsos.
Tampoco constituye una “reversión” o una “recaída” en la confrontación armada entre esa guerrilla (ahora transformada en partido político) y el Estado colombiano. No se puede tomar la parte por el todo, y está claro que ‘Márquez’ y sus secuaces no son las Farc nacidas en Marquetalia (por eso han tenido que hablar de una “segunda” Marquetalia), ni tampoco representan la apuesta ni el sentir de la inmensa mayoría de sus compañeros de armas de antaño.
Sería un error juzgar la eficacia de los esfuerzos del Gobierno nacional en materia de estabilización territorial y consolidación de la convivencia pacífica por la decisión de un puñado de individuos que, por otro lado, nunca estuvieron realmente comprometidos con el abandono de la violencia y la renuncia a la criminalidad.
No se trata, en modo alguno de banalizar lo ocurrido. El desafío que ‘Márquez’ y los suyos han lanzado al país debe ser contestado con toda contundencia por las instituciones y por la sociedad, mediante el despliegue de todas las capacidades disponibles. Ese desafío no es anodino. Se pagaría muy caro el error de subestimarlo, la negligencia de dejar que, medrando al amparo del crimen, el grupúsculo de ‘Márquez’ llegara a consolidarse.
Pero, por otro lado, sus amenazas no deben alimentar el derrotismo ni estimular la sensación de fracaso nacional, en la que el país suele regodearse, aún contra toda evidencia. Tampoco deberían ser explotadas por las casandras de turno, ni por los profetas del apocalipsis y por los oportunistas de la crispación, como si la contumacia de ‘Márquez’ y sus cómplices probara una suerte de fatalidad inescapable que solamente ellos hubieran sabido avizorar. Ni puede tampoco convertirse el envite que han hecho desde la clandestinidad, en justificación para negociar una vez más lo que a estas alturas es definitivamente innegociable, o para ceder ante el chantaje y el cinismo de sus congéneres del Eln.
Ni fracaso, ni fatalidad ni irenismo. Las situaciones de postconflicto, los procesos de estabilización y consolidación son frágiles. Esas cosas pasan. Nadie dijo que sería fácil, y a decir verdad, el Acuerdo Final está muy lejos de ser la fácil panacea que vendieron sus artesanos y propagandistas. Pero el país está lejos de verse abocado a engrosar la evidencia empírica que sustenta la advertencia de Collier y sus colegas. Sería inaceptable que personajes de la calaña de ‘Márquez’, ‘Santrich’, ‘Romaña’ y ‘El Paisa’ acabaran definiendo el futuro de Colombia. Por eso hoy, más que nunca, hay que reforzar la apuesta por quienes, a diferencia suya, han honrado su palabra y mantenido su compromiso. Ellos serán los primeros en dar testimonio en su contra cuando tengan que enfrentar el juicio de la historia.