Según la Organización de la Salud (OMS) el 4,7 por ciento de la población colombiana sufre de depresión; tres puntos porcentuales por encima del promedio mundial. Peor aún, el presidente de la Asociación Psiquiátrica de América Latina considera mucho mayor la cifra. Según ellos, del 12 al 19 por ciento de los ciudadanos tienen problemas de orden depresivo. ¡Estos son muchos colombianos deprimidos!
Sin embargo, la cifra tiene una buena razón de ser. La vida en nuestro hermoso país no es fácil. La violencia pública y privada, la inseguridad como amenaza constante, la corrupción que asalta al ciudadano común descaradamente, el engaño y la mentira de los dirigentes, el odio, la intolerancia, la falta de cultura ciudadana, son, sin duda, un determinante de la de depresión en Colombia.
Recordemos que hemos vivido cinco décadas de guerra ininterrumpida, de secuestros y torturas, violaciones, desplazamiento forzado y desapariciones. Recordemos que aun mueren o son lisiados, niños y adultos por la explosión ocasional de minas antipersonas, algo que hace imposible disfrutar con tranquilidad de importantes regiones del país. Recordemos que las Farc no han entregado a más de 1.500 niños retenidos por ellos, ni han dado información sobre los miles de desaparecidos victimas de su guerra. ¿Cuánto sufrimiento causa esta infamia a sus familiares? Difícil sería que un país que ha pasado por tanta violencia y dolor no se sintiera deprimido.
La violencia de la guerra parece haberse enquistado a todo nivel. Las cifras de violencia interfamiliar son alarmantes; la violencia sexual contra los niños es vergonzosa. Durante las navidades pasadas la violación, tortura y asesinato de una pequeña de 8 años, en Bogotá, indignó y entristeció al país; además puso en evidencia que casos como este son cotidianos, no la excepción. Este tipo de crimen no solo indigna, atemoriza. ¿Qué puede alarmar más que la inseguridad de nuestros niños?
Ni que hablar de los crímenes contra la mujer. Los aterradores ataques con ácido a mujeres para desfigurarlas ha colocado a Colombia en el primer lugar mundial entre países donde se comete este tipo de crímenes, (de acuerdo con un análisis hecho por feminicidio.net, web española especializada en temas de género). Los empalamientos, como el sucedido en Cali recientemente, las violaciones, acuchillamiento y maltrato de mujeres, son el pan de cada día. Crímenes que, en su mayoría, quedan silenciados por temor y complicidad de una comunidad insensible o incapaz de enfrentar tradiciones machistas muy arraigadas.
La violencia contra la población cometida por la rampante corrupción que corroe al país; el robo de los cofres de la nación, sin contemplación ni vergüenza, hiere tan profundo como la violencia física. Los colombianos somos testigos inermes de cómo unos pocos se quedan con cantidades inmensas que deberían utilizarse en salud, educación, vivienda e infraestructura. ¡Nos están robando miserablemente! E impunemente, en la mayoría de los casos.
¿Cómo no estar deprimidos ante tal panorama? La infraestructura de salud del país al borde del colapso, una rampante inseguridad, una educación desigual y deficiente y, ante todo, la omnipresencia de la violencia y la corrupción que tanto nos afecta. ¡Antes no son más los colombianos deprimidos!