¿Quién tiene la culpa de que la cuestión independentista catalana haya llegado al extremo en que se encuentra? Acusaciones van y vienen. Los partidos políticos se recriminan unos a otros. Cada medio, emisora, columnista, intelectual, personaje o ciudadano común, hasta cada taxista, tiene un acusado.
Qué la culpa es de la izquierda, que tradicionalmente ha tratado de dividir a España debilitando el orden constitucional, exacerbando los ánimos nacionalistas. Qué la gran azuzadora es la alcaldesa izquierdista de Barcelona, que ha utilizado todo su poder desde la alcaldía para convulsionar a la capital.
Qué la culpa la tiene la derecha, porque ha “humillado” a los extremistas catalanes, quienes aún viven con la memoria de la represión sufrida durante los años de gobierno de Francisco Franco.
Qué los culpables son los indiferentes, quienes pensaron que el problema no era con ellos, ni los afectaría. ¡Al carajo con la unidad de España! ¡Qué nos importa! Y ahora, aterrados, ven como el país se fractura y la mejora económica, lograda con tanto sacrificio, puede desaparecer amenazando sus bolsillos y su modus vivendi.
Qué los jóvenes catalanes, inexpertos e ilusos, han sido presa fácil de separatistas, expertos manipuladores, y emocionados gritan ¡Patria! como si aún vivieran en la edad del oscurantismo del fracturado medioevo.
Otros acusan a los poderosos de Cataluña por su ambición a controlar, sin la interferencia Española, una de las regiones más ricas del país, para repartirse la “presa” a su antojo.
Para muchos, el mayor culpable es Mariano Rajoy; según dicen, su defensa de la Constitución ha sido “torpe e intolerante” y ha lastimado los sentimientos de los separatistas. Esta apreciación más parece un chiste de mal gusto. Vale recordar que la Constitución se defiende sin contemplación ni acomodaciones amables, y si no gusta, se puede cambiar utilizando los medios previstos para ello; en este caso, un referendo en que participen todos los españoles, inclusive los catalanes, que la aprobaron hace decadas y hoy se quieren sacudir de ella porque ya no les acomoda.
Tristemente la situación se ha salido de madre; los ánimos de España y Cataluña están caldeados. La represión, ingrediente básico de la violencia, ha mostrado sus garras detestables e hirientes.
La violencia asoma amenazante en las calles de Barcelona y otras ciudades y pueblos catalanes. Hay odio y furia en voces y pancartas y, peor aún, en los corazones de unos y otros. Cuando hay golpes entre hermanos, son difíciles de olvidar y perdonar
Realmente ¿qué importa quién es culpable? Todos comparten esta culpabilidad. Este destructivo ciclón se venía formando desde hace décadas y hasta ahora nadie lo ha podido detener. No pocos afirman que la independencia catalana es su herencia histórica. Pero, ¿cuál pueblo no reclama una “herencia histórica”, que aplicada hoy resultaría desastrosa? El presente y el futuro, no el pasado, debe ser la regla de oro para el bienestar de un pueblo.
¿Tiene arreglo la situación? Claro que sí, si hay voluntad. Hay mucho en juego. Con la secesión de Cataluña nadie gana y todos, sin excepción, pierden.
Es momento de enfriar los ánimos. Es momento de grandeza, no de rencores; de unidad, en un mundo donde, como nunca antes, “la unión hace la fuerza”. Es momento de ser inteligentes antes de gritar Patria. Patria es España y Cataluña unidas.