La realidad nunca es simple. Aquí en Colombia, donde lo mejor y lo peor puede suceder al mismo tiempo, debería ser más fácil evadir la trampa del pensamiento simplista; ese que reduce colores y matices a blanco y negro, a buenos y malos, y a amigos y enemigos.
Que no todos somos narcotraficantes es una premisa enarbolada con indignación por quienes salen del país y se ven confrontados por los prejuicios. No, Colombia es un país de gente trabajadora que ha sabido reponerse a las peores circunstancias; puede ser la respuesta de cualquier colombiano ofendido. Ante esta situación, es fácil reconocer que los estereotipos reducen realidades complejas, y que somos mucho más que la etiqueta que nos nombra, nos encasilla y nos pone en peligro.
Esta sola experiencia, compartida por tantos colombianos, debería ser suficiente para reconocer los discursos reduccionistas. Ni Palestina se reduce a Hamás, ni Israel a Netanyahu; así como Colombia es más que Pablo Escobar. No por tener ideas de izquierda o de derecha se es buena o mala persona; y es posible simpatizar con algunas posturas de los unos y de los otros al mismo tiempo. Solo reconocer esto nos protegería de la polarización que desata las formas más insospechadas de violencia.
Los ejemplos son miles. Podemos mirar de la misma forma cualquier aspecto de la realidad: la política, el género o la música. Incluso, podemos acudir al pensamiento complejo para zanjar los eternos debates sobre el origen y la mejor versión de la cumbia y las arepas. La realidad es un poliedro lleno de caras y de aristas, y cada una ofrece una perspectiva y un matiz diferente sobre lo que pretendemos conocer. Para entender el todo, tenemos que reconocer las partes y cómo se relacionan entre sí, de otra forma estaremos reduciendo la realidad; y esto, ya sabemos, es peligroso.
Aprender y enseñar a reconocer la complejidad debería ser un propósito de todos, en las conversaciones cotidianas y en las redes sociales. La genialidad de las historias bien contadas es que suelen explorar en la profundidad de lo que es complicado. Los personajes pueden ser buenos y malos a la vez, y, además, se transforman a lo largo de la trama, pueden dudar de sus certezas y cambiar de opinión; como en la vida misma.
Reconocer la realidad con todas sus aristas es fundamental para entenderla y actuar sobre ella. De allí la importancia de leer literatura, de ver buenas series y películas, de estudiar filosofía y matemáticas (dos lenguajes distintos para abordar lo complejo); pero también de escuchar las historias de los demás. Es una cuestión de empatía. En la sola experiencia de las personas comunes se encuentran las claves para reconocer que la vida es mucho más que las etiquetas que la nombran y los prejuicios que la constriñen. Hoy más que nunca, cuando todos tenemos la posibilidad de la voz pública y de influenciar a otros, aprender esta manera de entender el mundo es un imperativo ético y una responsabilidad ineludible. @tatianaduplat