Tremendos contrastes | El Nuevo Siglo
Sábado, 6 de Mayo de 2017

Animadora la experiencia de una Semana Santa, en la cual palpamos que, a pesar de la campaña dirigida contra la fe católica de nuestro pueblo colombiano para distraer de ese benéfico fervor, hemos asistido a ferviente participación en celebraciones de este certamen sagrado. Pero, el despertar a hechos que paralelamente han sucedido, encontramos tremendos contrastes como los graves flagelos de la naturaleza causantes de muchas víctimas humanas, la muerte de tantas personas en accidentes, el crónico maltrato a animales y al medio ambiente. Pero, horrorosamente más grave, los directos y premeditados crímenes contra personas, comenzando por niños y niñas, nacidos o por nacer, imágenes del mismo Dios según la fe cristiana (25, 31-46).

Nos llena el alma, nos da aliento y optimismo, constatar la fe viva y el fervor de nuestras gentes, pero nos enervan las diarias noticias de maldades cometidas por personas desquiciadas, y con mente vaciada de fe en Dios y de sus salvadoras enseñanzas, que cometen, a diario, los más negros crímenes con desalmada sevicia sobre inocentes y débiles. Actuación lenta y premeditada fue la del arquitecto que abusó de una menor y terminó asesinándola brutamente. Horrible que haya habido alguien capaz de violar una niña de tres años y luego destrozar su tierna vida. Sobrecoge escuchar que una madre mata a dos hijas, y, luego, se suicida. Causa horror la constatación de más de dos mil niñas abusadas y asesinadas en dos años. 

Pero no hasta que lamentemos tan macabros situaciones arruguen la piel y el corazón, sino que es preciso ir a las causas de esas tan graves situaciones. Bien lo ha dicho el Episcopado colombiano, en múltiples documentos, que la causa principal de esas barbaries es el alejamiento de Dios, propiciado por determinadas corrientes del pensamiento, hecho calificado, por algunos, como “avance cultural” y “superación de oscurantismo religioso”. Sin querer ofender a los propagadores de esos ateístas ideales, por cuya conversión oramos, es un hecho que si quitamos de las mentes humanas la  fe en Dios y el temor a su  justicia, no nos sorprendamos que se cometan los más atroces crímenes.
Países en donde se tilda de “dinosaurios” a los defensores de la vida, desde el primer momento de gestación en el vientre materno hasta la muerte natural, en donde se propicia conculcar la familia formadora en la fe en Dios y respeto a las leyes naturales, en donde se abre paso a ambientes y costumbres de libertinaje no nos extrañemos que se vaya implantando una “cultura de la muerte”, y que, por ello, se llegue a los mas escalofriantes excesos de criminalidad. Es, además, inmensamente doloroso que personas como padres de familia, educadores y aún sacerdotes, llevados por flaqueza imperdonable, caigan en abominable corrupción de menores, lo que reclama inexorablemente castigos ejemplares. 

Pero tampoco bastan sanciones, sino que urge defensa de los principios y cultivo del aprecio por ellos. Si se quitan los diques a la maldad humana, con desprecio a Dios y a su voz que llama rectitud y plena honestidad en beneficio de toda la familia humana, no nos extrañemos que se multipliquen los crímenes en el mundo. Bien lo expresó el Papa Juan XXIII en su encíclica “La Paz en la Tierra”: “cuando se quiere orientar a la humanidad prescindiendo de Dios se avanza por sendas inhumanas”.

Si queremos atajar ese oleaje de crímenes es preciso no abrir paso a ideologías materialistas que justifican asesinatos y costumbres disolutas. Es indispensable el retorno a Dios, cultivar la fe sencilla, no dejando que se la erradique de nuestra sociedad. Ello lleva al temor de Dios, insustituible camino de superación de los tremendos contrastes que padecemos. Solo así evitaremos cuanto contrasta con los caminos de fe,  amor y bien, indispensables a la familia humana.   

*Obispo Emérito de Garzón
Email: monlibardoramirez@hotmail.com