Uno. La conmemoración de los doscientos años de la Batalla de Boyacá, acontecimiento fundacional de la Nación, debe servir para que el país mire su pasado sin complacencia, pero también sin la mirada lastimera y quejosa con la que suele contemplarse en el espejo de su historia. Estos años han sido años de construcción de país, y con todas las dificultades y las equivocaciones, los desvaríos y las frustraciones, no han transcurrido en vano.
Dos. En efecto: tal como lo recuerda el título de una famosa obra del historiador David Bushnell, Colombia es una nación a pesar de sí misma. Una nación a pesar de su territorio fracturado y hostil. Una nación a pesar de las distintas formas de violencia que se han ensañado con ella a lo largo de las generaciones. Una nación a pesar de muchas cosas, y que trasciende otras tantas; cuya trayectoria histórica, proceso político, desarrollo económico y progreso social no pueden subordinarse a un único factor o rasgo de su complejo devenir a lo largo de doscientos años.
Tres. El Bicentenario bien podría extenderse desde 2019 hasta 2021. Abrirse con la efeméride de la batalla de Boyacá, entendida no como suceso aislado sino como epítome de la Campaña Libertadora, y cerrarse con la reivindicación de la vocación democrática y la tradición constitucionalista que ha acompañado al país desde su primera constitución nacional, la adoptada en Cúcuta en 1821.
Cuatro. El Bicentenario no puede ser patrimonio exclusivo de los historiadores ni feudo de la historiografía. Tampoco puede ser un festival arqueológico anclado en 1819 y los años circundantes. Debe ser también, y sobre todo, la ocasión propicia para una profunda reflexión nacional sobre los logros del país a lo largo de dos siglos, en el terreno institucional, en el campo de la economía y de las transformaciones sociales, y de la configuración de una dinámica cultural propia.
Cinco. En estos tiempos de frenesí narrativo, de nuevos mitos fundacionales y gimnasias lingüísticas, de complejos adánicos, de taras y autoinculpaciones, de lecturas del presente que se alimentan de negar el pasado o de reducirlo a una sola de sus múltiples y complejas facetas, el Bicentenario debería ofrecer una oportunidad para reivindicar la posibilidad de encontrarse, como sociedad, en ese espacio común que es la ciudadanía, que no se funda en la pertenencia a un determinado grupo, estamento o identidad, sino en la voluntad de construir colectivamente un proyecto compartido.
Seis. El Bicentenario de la independencia de Colombia es también, de alguna manera, el Bicentenario de la independencia de América Latina. La Nueva Granada fue el crisol del que surgieron varias de las nuevas naciones, y el aliento que animó la lucha de otras tantas. La República de Colombia emergió como promesa, y a ella se unieron las provincias del Istmo, tanto como quiso unirse también la que hoy es República Dominicana.
Siete. No faltará quien quiera explotar en beneficio de su propio proyecto político particular la conmemoración del Bicentenario. Habrá quienes digan que no ha habido hasta ahora independencia y vociferen proclamas de soberanía. Habrá quienes quieran emancipar a los ciudadanos, sólo para alienarlos a favor de su causa. Es un deber moral de todos los colombianos de buena fe reaccionar con valentía e impedir que así sea.
Ocho. Que nadie se llame a engaño. Estos doscientos años no han sido un lecho de rosas, y sus protagonistas no han sido un dechado de virtudes. La historia no la hacen los santos, sino los hombres. Pero incluso a pesar de los hombres que la han protagonizado, hay en la historia de Colombia episodios de esperanza, de heroísmo, de elevado refinamiento cultural, científico y espiritual, de sorprendente ingenio y desarrollo material.
Nueve. Que el Bicentenario se celebre también como hispanidad, como cultura indígena y presencia africana. Pero no como hispanofilia ni indigenismo, ni como culto fetichista de una identidad que la historia ha transformado para generar otra, mucho más rica y diversa, precisamente por distinta.
Diez. Que el Bicentenario invite a pensar en el futuro como promesa y no como indemnización o revancha, y a mirar el pasado no con vergüenza sino con conciencia de lo que Colombia ha logrado ser, a pesar, otra vez, de sí misma.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales