ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Junio de 2012

Caricaturas, expertos y convictos

A veces los dictadores parecen salidos de una tira cómica, ya sea por sus excentricidades (el singular sentido de la moda de Gadafi, el tupé y los coturnos de Kim Jong Il, el trono imperial de Bokassa), o por los curiosos personajes que pueblan su entorno cercano (los hechiceros que asesoran a la Junta birmana, Imelda Marcos y su mítica colección de zapatos, o Teodorín Obiang y sus modestas inversiones inmobiliarias en las playas californianas).

Pero es un error subestimarlos. Por muy pintorescos que sean algunos de ellos, todos practican magistralmente el arte de perpetuarse en el poder. Se aferran a él contra viento y marea, contra el espíritu de los tiempos, la enfermedad, incluso contra la naturaleza.  Que lo digan, si no, los “treintañeros”: el selecto club que integran los mandamases de Uganda, Camerún, Angola, Guinea Ecuatorial y Zimbabue, quienes han gobernado sus respectivos países por más de tres décadas y siguen campantes.

Quién sabe cómo se las arreglan, pero a veces logran lo impensable. Como Robert Mugabe, presidente de Zimbabue, sobre cuyo régimen pesan varias sanciones internacionales -unas de carácter financiero, un embargo de armas, y otras que prohíben al dictador y sus áulicos visitar suelo europeo-, y que no obstante su responsabilidad en diversos actos de limpieza étnica y en la estrepitosa bancarrota de su país, acaba de ser designado como uno de los “Líderes Mundiales por el Turismo” por la Organización Mundial del ramo, que pertenece al sistema de Naciones Unidas. O el guineano Teodoro Obiang, padre de Teodorín, cuyo nombre ostenta un premio con el cual la Unesco reconoce los avances en “la investigación científica de las ciencias de la vida, que conllevan una mejora en la calidad de vida del ser humano”.

Y, sin embargo, también son vulnerables.  A todos la historia les pasa su factura, por mucho que esperen de ella -como Fidel- la absolución. Ahí está, para probarlo, el impecablemente vestido Charles Taylor -presidente de Liberia entre 1997 y 2003-, a quien el Tribunal Especial de la ONU para Sierra Leona acaba de condenar por crímenes de guerra y lesa humanidad cometidos durante la guerra civil que devastó aquel país -en donde nunca puso un pie- y de la cual supo muy bien aprovecharse, tanto política como económicamente, para llegar al poder con un lema de campaña tan explícito como engañoso (“He matado a tu padre, he matado a tu madre; si quieres la paz, vota por mí”) y además enriquecerse con diamantes manchados de sangre. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales