El paro nacional logró sacar lo mejor y lo peor de lo que somos. En el último mes, miles de personas salieron pacíficamente a expresar su inconformidad: marcharon, gritaron, cantaron, bailaron, pintaron, tocaron instrumentos y cacerolas, y dejaron claro que no van a permitir que nadie les arrebate la dignidad y el futuro. Otros, en cambio, destruyeron, quemaron, bloquearon, golpearon, lanzaron gases y dispararon; en un intento desesperado de acallar a los primeros y ocultar sus reclamos.
En un mes, el paro obtuvo algunos logros al tumbar dos reformas y varios funcionarios. Como saldo macabro dejó varias decenas de muertos, la mayoría manifestantes y algunos policías; todos ellos jóvenes de escasos recursos. Personas asesinadas y torturadas, mujeres violadas, ambulancias bloqueadas, bienes destruidos y un palacio de justicia incinerado, es solo una pequeña muestra del horror desatado.
No solo perdieron las víctimas. Con cada muerto murió la esperanza de un país en paz y cada herido fue una herida al Estado de Derecho. Cada vez que alguien acudió a la fuerza para reclamar o para responder a los reclamos; cada vez que alguien usó su poder, mucho o poco, para hacerles daño a otros, nos hizo daño a todos los demás.
El paro volvió a hacer visibles las grietas de una sociedad que se ha negado históricamente a aceptarse y a valorarse en su diversidad. Indígenas, afros, campesinos y mujeres volvieron a pedir que se les reconozca y se les respete; y una vez más, sus reclamos fueron respondidos con violencia. En todo caso, quedó claro que no piensan desistir; mientras que el poder hegemónico demostró, otra vez, que no va a ceder.
En estos 30 días se hizo evidente, también, que las formas de participación y representación política han cambiado, y que no será posible salir de este atolladero hasta que se comprendan las nuevas maneras de expresión ciudadana. El activismo digital transnacional se hizo presente, vestido de K-pop, mientras que los jóvenes negaron enfáticamente, y por todos los medios posibles, sentirse representados por los partidos y por los líderes sindicales y estudiantiles.
Los medios de comunicación se vieron cuestionados por sus posturas, mientras las redes sociales se llenaron de videos, unos ciertos y otros no, y la opinión de los ciudadanos fue pieza clave en el desarrollo de la protesta. Los discursos de odio se replicaron masivamente demostrando que muchos colombianos siguen dispuestos a la violencia, sobre todo si la ejercen y la padecen otros.
Sucedieron muchas cosas en un mes y quiere uno pensar que hayan sucedido para algo. Las tensiones económicas, sociales y culturales afloraron al mismo tiempo y dejaron al descubierto la inequidad, la exclusión, el clasismo, el machismo y el autoritarismo. Razones para protestar hay suficientes, canales para manifestarse y negociar por vías democráticas, también. No nos equivoquemos, lo que está en juego no es la izquierda o la derecha, es el Estado de Derecho. Esperemos que el balance deje algún aprendizaje sobre cómo gestionar la inconformidad; si no es así, todo fue en vano. @tatianaduplat