CARLOS MARTINEZ SIMAHAN | El Nuevo Siglo
Sábado, 2 de Junio de 2012

Melquiades nació en Sincé

 

Fue grato asistir a la convocatoria de la Fundación Nuevo Periodismo para rendir homenaje al escritor y periodista Eligio García, en los 11 años de su fallecimiento. Las palabras de Jaime Abello nos trajeron el recuerdo de la amable personalidad de Yiyo, cuya legítima busca de la singularidad fue la manera inteligente de soportar y asumir la omnipresente sombra de su hermano. Fiel a su oficio, J. L. Anderson trazó el perfil de Eligio y destacó su rigor investigativo. La amistad y la “saudade” se hicieron presentes con Burgos Cantor, “amigo del alma”, como lo calificara Yiyo.

Después de 25 años me reencontré con Eligio en 1983, cuando un joven periodista de la revista Cromos me pidió una entrevista. Me habló de las altas tarifas eléctricas que se pagaban en la Costa Atlántica. “Es injusto”, exclamó, “pues nosotros tenemos carbón”. Fue la prueba de su “costeñidad”, la que sumada a sus rasgos suscitaron mi curiosidad. Al final le dije, ahora las preguntas las hago yo. Sonrió y afirmó sí, soy tu primo. Empezó entonces, una conversación a saltos que ora escaseaba, ora se intensificaba, como cuando Yiyo quería precisar los meses, que en 1951, viví con la familia García Márquez en el Pie de la Popa, en Cartagena. Los relacionaba con la fecha de venta de la casa de Aracataca. Todo eso parecía interrumpido con su muerte. Sin embargo, hace poco, recibí una noticia que debió estar dirigida al autor de “Tras las claves de Melquiades”. Resumo la nota del profesor Elmer de la Ossa:

Melquiades nació en Sincé, el 10 de diciembre de 1864. Muy joven se fue de su tierra a la cual regresó con la noticia de que los hombres se comunicaban a distancia. Cargaba un baúl negro lleno de libros que contenían toda la sabiduría de los Druidas, entre quienes asimiló la cosmovisión de los celtas. Por eso, era inmune a la lluvia y con un gesto orientaba los relámpagos. Fue también un trabajador infatigable, de fuerza descomunal. Solo, construyó aljibes, sacó del “atolladero” a los camiones, tras el fracaso de 15 hombres, convocaba los micos para la limpieza de los potreros, repelía a los necios, quienes huían dando vueltas sin control. Todo lo que se ponía sobre el misterioso baúl, era absorbido: huevos, palmas, piedras, cruces y estampas. A principios del siglo pasado difundía las virtudes del viagra, sus conjuros hacían confesar a la vagina de las infieles y pagar las deudas a los morosos. Cuando llegó puntual al entierro de su hermano, le indagaron ¿cómo lo supiste? “Lo busqué entre los vivos y no lo encontré. Ya estaba en el reino de los muertos”. Allá se dirigió Melquiades el 24 de octubre de 1970. A su larga agonía concurrieron brujas, espantos, “los niños en cruz” y un grupo de estrellas que ornaron su cadáver. Ahora, ¿cómo supo de esto el autor de Cien Años de Soledad?