“El maestro elige al discípulo, pero el libro no elige a sus lectores, que pueden ser malvados o estúpidos”, dijo una vez Jorge Luis Borges, a propósito del culto de los libros. Triste la suerte, entonces, que corrió el De rege et regis institutione, escrito por el padre Juan de Mariana a finales del siglo XVI, cuando cayó en manos de cierto abogado y columnista, que sin pudor alguno proclamó desde las páginas del periódico El Heraldo que “la muerte de Nicolás Maduro se hace necesaria para garantizar la supervivencia de la República” y que su asesinato sería un “acto patriótico que está amparado por la constitución venezolana y que resulta, por demás, moralmente irreprochable”.
(No existe constancia de que el abogado haya leído a Juan de Mariana. Lo cual, lejos de exculparlo, subraya su irresponsabilidad).
¿Y por qué viene a cuento el jesuita Juan de Mariana? Porque su libro sobre la institución monárquica (que curiosamente hizo parte de las lecturas de formación del futuro rey Felipe III de España) es uno de los textos clásicos sobre el tiranicidio, que no es otra cosa que el derecho de la sociedad a defenderse ante un gobierno ilegítimo: ya sea por haber tenido un origen espurio, al haber sido usurpado “por la fuerza de las armas, sin derecho alguno y sin que interviniera el consentimiento del pueblo”; o por haberse corrompido y degenerado su ejercicio por el desprecio del gobernante a “las leyes del deber y del honor a las que está sujeto por razón de su oficio”.
Para Juan de Mariana la cuestión fundamental es destronar al tirano, para restablecer el orden que el tirano ha transgredido. Sólo en última instancia, y agotados todos los otros recursos, se puede “matar al príncipe como enemigo público, con la autoridad del derecho de defensa”. Juan de Mariana no es ni un regicida, ni un revolucionario, ni un golpista. Es, ante todo, un constitucionalista, si bien la palabra aún no existía en su tiempo.
A diferencia del columnista de marras, la oposición venezolana sí parece haber entendido las tesis de Juan de Mariana -aunque tampoco hay evidencia de que ni Capriles, ni López, ni Machado, hayan leído su obra-. Hasta ahora, ha resistido con templanza la tentación de apelar a medios extra-constitucionales para enfrentar a la dictadura de Maduro, que por el contrario, hace rato opera al margen de la Constitución que el propio Chávez prohijó, ya fuera por convicción o por artera resignación. Con fortaleza, también, ha intentado evitar tanto como le ha sido posible la incitación o el recurso directo a la violencia, consciente de que el país es hoy por hoy un polvorín en donde, una vez encendida la mecha, difícilmente podrá nadie contener el estallido. Mucho menos ha insinuado el asesinato de Maduro… Habría que ser muy malvado o estúpido (¡cuánta razón tenía Borges!) para creer que con ello se resolvería -en lugar de agravarse- la tragedia que padece Venezuela.
Así, hoy domingo 16 de julio los venezolanos -los que se adscriben a la oposición, y los muchos que simplemente no resisten más los abusos, la corrupción y la incompetencia del régimen que encabeza Maduro, y que no se reduce a él solo- enfrentarán la tiranía como toca, y como Juan de Mariana entendía que debía enfrentarse: con la reivindicación ciudadana del orden constitucional y el Estado de Derecho, en una consulta popular convocada en virtud del artículo 350 de la Carta de 1999.
De conformidad con ese artículo, “El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. Mejor dicho: contra la tiranía -pues el problema no es solamente el tirano-, imperio de la ley y democracia. Ese es el verdadero acto patriótico, amparado por la Constitución y moralmente irreprochable.
*Analista y director administrativo del I. Echevarría