Un positivo balance arroja, en términos generales, la visita oficial a Colombia del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en el marco de su primer viaje a América Latina. Eso compensa un poco la notoria ausencia de la Casa Real y el Ejecutivo español en el acto de posesión del presidente Iván Duque el pasado 7 de agosto, que algún mal sabor de boca dejó, no obstante la digna representación encabezada por Ana Pastor, presidente del Congreso de los Diputados. A fin de cuentas, para Colombia la relación con España ha sido siempre una de las de mayor valor político y consideración estratégica, entre otras cosas porque el país -que nunca ha renegado de su hispanidad, y antes bien, se precia de ella- ha apostado siempre por España como intermediario y socio preferente para apalancar su agenda con Europa, llena de temas sensibles y no siempre fácil de impulsar en Bruselas.
Para empezar, resulta satisfactorio constatar que la comunidad internacional empieza a tomar distancia de la narrativa, impulsada por algunos sectores y grupos de interés, según la cual el nuevo gobierno colombiano es “enemigo de la paz”. Pedro Sánchez declaró enfáticamente: “No me cabe duda de que el presidente Duque quiere la paz para Colombia”. Pero además, reconoció de forma expresa la “victoria democrática” de un programa de gobierno que, como uno de sus puntos cardinales, contempla realizar ajustes a la implementación del Acuerdo Final suscrito con las Farc. Para rematar, en la declaración conjunta firmada al término de la visita, el presidente Sánchez manifestó el apoyo de España a “los esfuerzos del gobierno colombiano para concitar un acuerdo nacional de paz, en el marco de un gran Pacto por Colombia”. Es decir, los esfuerzos orientados a transformar lo que hasta ahora ha sido una política de gobierno en una verdadera política de Estado.
En segundo lugar, hay que destacar que el gobierno español haya sido receptivo a la posición de Colombia, reiterada por el canciller Trujillo, de que la crisis migratoria originada por la situación que atraviesa Venezuela debe ser tratada multilateralmente. De hecho, España y Colombia “trabajarán conjuntamente para la creación en el marco de las Naciones Unidas de un mecanismo internacional de atención humanitaria para los migrantes venezolanos”. Esa convergencia ha llegado acompañada por la noticia de que la Unión Europea ha acordado destinar 35 millones de euros para apoyar la respuesta latinoamericana al éxodo venezolano, del cual Colombia ha recibido -y atendido y acogido- un importante volumen.
(Lástima que Sánchez siga siendo tímido -en el mejor de los casos- a la hora de llamar al régimen de Maduro por el nombre que merece. No hay necesidad de decir “no democracia” cuando se puede decir, con todas las letras, dictadura. En todo caso, es preferible que diga “no democracia” a que guarde un silencio cómplice… o peor aún: que sirva de válido a la dictadura como su compatriota y predecesor en Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero).
Para cerrar este rápido inventario habría que añadir el compromiso de “fortalecer la cooperación judicial para combatir el crimen, la delincuencia y la corrupción transnacional”, otro asunto frente al cual, por razones obvias, el abordaje unilateral y desde lo puramente nacional resulta insuficiente. Son las grietas en la cooperación, precisamente, las que proporcionan al crimen organizado no sólo un parapeto, sino, a veces, una rápida y eficaz vía de escape hacia la impunidad.
Lo anterior no significa que todo sea color de rosa. Hay temas espinosos en la agenda: el galeón San José; las reclamaciones de empresas españolas contra el Estado colombiano ante distintas instancias; y las ramificaciones en Colombia de la trama de corrupción conocida en España como el “caso Lezo”.
Pero incluso el tono con que se abordaron estos asuntos es alentador. No es poca cosa para un gobierno para el cual, quiéralo o no, la política exterior será uno de los frentes clave para la realización de sus propósitos y la superación de no pocas dificultades.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales