Cada Año Nuevo viene acompañado de un variopinto conjunto de rituales para marcar el cambio de calendario y, de paso, atraer mejor suerte y más prosperidad, por muy bueno que sea el balance de los 365 días anteriores, porque, como dicen por ahí, “demasiado no es bastante”. Pero tal vez el ritual más practicado, incluso por los más acérrimos detractores de las festividades decembrinas, es el de fijarse algunos propósitos -unos de enmienda y otros de ambición- para los 365 días por venir.
Para sintonizar con esa práctica, el autor de esta columna quisiera proponer a los lectores que con tanta paciencia siguen sus reflexiones sobre el mundo, que lo sigan haciendo durante 2018; y se compromete a hacer cuanto pueda para cumplir en sus análisis con el siguiente decálogo, durante los próximos 50 y tantos domingos, si la Providencia y el director de El Nuevo Siglo así lo permiten…
1. Apreciar el Realismo sobre todas las otras alternativas para explicar la política internacional, porque aunque no guste, el mundo es como es; y con todas sus fallas y limitaciones, el Realismo sigue siendo el mejor instrumento para interpretar los acontecimientos e incluso para orientar la toma de decisiones.
2. Pero no abusar del Realismo en vano, porque cualquier observador sensato sabe que tanto los liderazgos y las personalidades, las ideas, el derecho internacional y las instituciones, y las circunstancias políticas internas -entre otros factores- tienen también un peso específico a la hora de explicar la política internacional.
3. Valorar las enseñanzas de la historia, pero sin mitificarla. Mark Twain lo dijo: “La historia no se repite, pero rima”. Y aunque es mucho lo que se puede aprender del pasado, cada época debe encontrar sus propias respuestas a las preguntas que la desvelan.
4. Honrar la confianza del lector, y no engañarlo con falacias, ni encubriendo con impostada neutralidad las opiniones que, aun siendo independientes, están impregnadas de las propias convicciones y las propias preferencias.
5. No subestimar ni descartar de entrada el impacto de los acontecimientos altamente improbables -como los cisnes negros- o extraordinarios -el “factor X”-, porque la realidad del mundo de hoy es sumamente compleja, y simplificarla es ofender la inteligencia propia y ajena.
6. No contaminar el análisis con innecesarios adjetivos ni juicios de valor, ni con los propios deseos: porque el exceso de adjetivos distorsiona la sustancia de los hechos y las cosas, y pensar con el deseo conduce invariablemente al engaño y la autocomplacencia.
7. Pensar con autenticidad. Resulta difícil ser original: lo supo Borges, quien afirmó que sólo existe un número limitado de metáforas. Pero eso no exonera de hacer un esfuerzo por ir más allá de lo evidente, ni excusa la falta de imaginación, que es una forma sublime de la inteligencia.
8. Reconocer la propia ignorancia, y no dar falso testimonio del conocimiento del cual se carece. En el mundo pasan muchas y muy diversas cosas, y no existe en política internacional, para seguir con Borges, un Aleph,-un punto del espacio que contenga todos los puntos, un conocimiento posible de todas las cosas. Decir “no sé” es a veces lo único que puede honestamente decirse.
9. No renunciar a la defensa de los valores liberales, de la democracia liberal ni de la economía de mercado, porque el realismo político no implica indiferencia, ni la prudencia renuncia, frente al compromiso personal con la idea de que hay un orden político y económico -internacional e interno- que, con todos sus defectos, es preferible a todas las demás opciones.
10. Reconocer que hay otros que entienden mejor el mundo, y apelar con humildad a ese mejor entendimiento, en lugar de atribuirse la mejor explicación, la última palabra, al compartir con el lector lo que no son, en últimas, sino precarias opiniones de un espectador curioso, que no puede dejar su mente en paz ni permanecer indiferente frente al curso sinuoso de la historia.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales