Cien años después de la Revolución Rusa, y al cabo de casi treinta de haberse desmoronado, uno tras otro, los regímenes totalitarios impuestos por Stalin en Europa Oriental a imagen y semejanza de la dictadura soviética, sorprende que el espejismo socialista siga cautivando la imaginación política de tantos hombres y mujeres en todo el mundo. Semejante ingenuidad contrasta con la evidencia, no sólo del pasado sino también del presente ¿Cómo conciliar el ideal del “hombre nuevo” con la sistemática violación de la dignidad humana a la que viven sometidos los cubanos, por privación y represión, bajo la férula implacable de los Castro? ¿Cómo conciliar la promesa de la “emancipación” con la alienación absoluta en que mantiene el nieto del Presidente Eterno a sus compatriotas norcoreanos? ¿Cómo justificar las “democracias populares” -redundante contradicción- que ni son democráticas ni populares? ¿Cómo defender el socialismo en el siglo XXI, recurriendo a dogmas invariables formulados por Marx, Engels y Lenin, que vivieron y pensaron en el siglo XIX, y además “nunca conocieron la práctica del socialismo cotidiano”?.
Si no fuera porque el socialismo desemboca inevitablemente en la tragedia -como la que en carne propia están experimentando los venezolanos-, el embeleso que produce inspiraría ternura, como si de algún extravío de la adolescencia se tratara. Y si no fuera porque la amenaza que representa para la libertad individual, el desarrollo económico y el progreso social no fuera tan real, bastaría con contemplarlo como una pasajera anomalía emocional que obnubila el pensamiento.
Los chilenos Roberto Ampuero y Mauricio Rojas -militantes de la izquierda que aplaudió eufórica el ascenso de Allende y luego sufrió la dictadura- ofrecen en “Diálogo de Conversos” el testimonio de su desencanto del socialismo, resultado de su experiencia personal y directa, y reivindican, en un momento crítico, el ideario liberal. Frente a la promesa mesiánica del socialismo, el prudente escepticismo y pragmatismo del liberalismo. Frente al miedo a la autonomía y el achatamiento del individuo que son connaturales al socialismo en el poder, el elogio del “atreverse a pensar por sí mismo” de clara estirpe ilustrada. Frente a la infalible certidumbre que no permite los cuestionamientos, la posibilidad de disentir y la búsqueda de compromisos como base de la convivencia. Frente la promesa de un falso paraíso -que a la postre resulta ser un inescapable laberinto-, eso que Octavio Paz llamó “un temple y una disposición del ánimo; más que una idea o una filosofía (…) una virtud”… Una virtud que hoy sigue siendo indispensable y que merece la pena defender. +++
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales