DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Diciembre de 2013

El alto costo de no morirse

 

La  rebaja en el precio de algunos medicamentos esenciales es una excelente noticia. Además, llega en un momento oportuno, cuando el país adelanta una reforma en el sector salud, para combinar  su viabilidad financiera con el acceso a ella de grandes sectores de la población tradicionalmente excluidos.

Por fin el Estado comienza a entender lo que el colombiano común y corriente sabe por amarga experiencia propia: no importa qué tan perfecto sea el sistema de salud y qué tan amplio sea el acceso a sus servicios, si el costo de los tratamientos y las medicinas es muy alto, en la práctica se cierran las puertas a la mayoría de los pacientes. Y sabemos, por el otro lado, que las rebajas en el precio de las medicinas se puede frustrar por culpa de un sistema defectuoso, en donde la atención al enfermo es la menor de las preocupaciones.

Ojalá esta vez tengan éxito las reglamentaciones                                         redactadas con la mejor buena voluntad y no sean puestas en práctica con la peor eficiencia.

En el siglo pasado,  a principios de los años sesentas, se buscó mejorar la situación introduciendo al mercado los medicamentos genéricos. Buen intento. Resultados positivos. Pero el día a día desdibujó los éxitos.

Solo hasta ahora, con los anuncios de regulación de precios y las reformas en el Sistema General de Salud, se tiene una idea sobre la magnitud de los costos de no morirse. La inclusión de remedios esenciales en el POS y la regulación de precios pueden significar unos ahorros de doscientos mil millones de pesos para el Sistema General de Salud, y como los medicamentos incluidos en la lista se venden también en droguerías, habrá una economía sustancial en los gastos de las familias obligadas a comprarlos.

Si  se logra que las regulaciones nuevas se cumplan efectivamente, el alivio de los presupuestos familiares           será muy notorio. Asombra, de entrada, la magnitud de los costos que se vienen pagando en exceso, cuya comparación con los prevalecientes en otros países resulta escandalosa. Las reducciones anunciadas miden el porcentaje de sobrecosto que pagan los pacientes colombianos.

Los primeros  datos hablan de unas rebajas del 40 por ciento en promedio. Pero hay medicamentos cuyo precio disminuirá a la mitad. Otros bajarán el sesenta y el setenta por ciento. Algunos se reducirán en el ochenta y ocho por ciento.

Son cifras impresionantes en un país que todavía necesita una mejor atención a la niñez y que, en el otro extremo, está acumulando una proporción cada vez mayor de personas mayores. Esos costos injustificados que venimos pagando encarecen  desproporcionadamente el costo de  sobrevivir los niños y de no morirse los ancianos.

¿Cómo llegamos a esa situación? No hay que amargarse llorando sobre lo que pasó, pero sí estudiar con calma y desapasionamiento el  problema para evitar que se repita.

 En Colombia no puede costar  tanto no morirse.