Eduardo Vargas M. PhD | El Nuevo Siglo
Lunes, 27 de Junio de 2016

ESENCIA

Totalidad

 

Se nos  ha enseñado a estar divididos.  En algún momento de la humanidad perdimos la consciencia de la totalidad e iniciamos numerosos caminos de segmentación en los que hemos sido capaces de invalidarnos mutuamente, atropellarnos y negarnos, hasta llegar a aniquilarnos.  No solo nos hemos arrasado entre nosotros, sino que también nos hemos llevado por delante lo otro, representado en la naturaleza, a la que le pusimos el nombre de recurso, lo cual nos avaló para perforar sus entrañas y extraerle la vida.  Nosotros mismos nos hemos dado también ese apelativo tramposo, recursos humanos, rótulo que nos cosifica y nos permite licencia de usarnos unos a otros, de tasar un valor de acuerdo con nuestra utilidad funcional en medio de una sociedad fragmentada.  La economía del mercado, que llaman. 

 

Por supuesto, en la historia de la humanidad no ha habido solo de eso.  A pesar de los aprendizajes de segmentación,  prevalecen en todas las latitudes -en mayor o menor escala- remanentes de esa concepción inicial de la vida, basada en la integración y la comprensión de que en realidad al somos uno con todo lo que existe.  Claro que el amor ha prevalecido, que podemos solidarizamos con una tragedia que ocurra a miles de kilómetros de distancia, con el dolor de quien tiene una pérdida, con la angustia de quien se enfrenta a reiniciar la vida en medio de la catástrofe.  Evidentemente, somos empáticos con nuestros familiares, parejas y amigos. No son pocas las muestras de amor en la cotidianidad, que ejercemos con quien nos solicita su ayuda o con quien sin pedirla la necesita y la recibe con gratitud.  Tenemos chispazos de esa totalidad, pero necesitamos más que eso si queremos avanzar como seres humanos, en lo individual y lo colectivo.

 

Las historias son como son y no tiene mucho sentido juzgarlas; ríos de tinta han corrido en ello desde hace siglos sin que haya habido cambios profundos.  Sí podemos observarlas, para integrarlas y transformarlas.  Aunque nos cueste trabajo creerlo, asumirlo y aceptarlo, han sido necesarias las guerras, las matanzas y torturas, los secuestros y asesinatos.  También las ofensas, los desencuentros, los roces y los golpes.  ¿Hubiese podido ser diferente? Buscar respuesta a esa pregunta es tiempo perdido, pues las cosas son como fueron.  Lo sensato es cambiar nuestra mirada y la comprensión que tenemos de ellas, en tiempo presente.  Tenemos el permiso de hermanarnos, de recuperar la confianza mutua y la vida comunitaria.  Ah, pero claro, eso es más difícil que vivir aislados, pues habríamos de negociar, ceder, transar, y nuestros egos pueden estar acostumbrados a todo lo contrario: imponer, avasallar, aplastar.  Tal vez a lo que estamos llamados, después de tantos dolores físicos y emocionales, es a juntarnos.  A aprender a integrarnos en medio de nuestras diferencias, a comprender cabalmente que las individualidades, necesarias para el avance de cada quien, cada sociedad, cada país, son complitudes que se pueden abrazar en un todo mayor.  Ello no hará que desaparezcan los conflictos; sí ayudará a que los tramitemos oportuna y conjuntamente, en beneficio de todos, de todo.