EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Junio de 2012

Cuestión de ritmos

 

Bailar con una pareja con quien se lleve el ritmo es una maravilla. Recuerdo ahora una escena de Perfume de mujer en la que Al Pacino, en un papel de invidente que le valió un Oscar, baila un tango de manera memorable: acompasamiento, cadencia, abrazo, todo bajo el auspicio de la música.  A veces no ocurre lo mismo en la danza de la vida y llegamos a tener más desencuentros que encuentros. No todos estamos sintonizados en el mismo ritmo, lo cual genera choques, esas inevitabilidades de las cuales podemos aprender.

Desde el Movimiento Auténtico, una técnica junguiana de auto-reconocimiento a partir de los símbolos del cuerpo, podemos verificar que cada quien tiene su propio ritmo, y que si se conecta con su música interior se encuentra con su esencia. No existe un ritmo vital exactamente igual a otro, por cuanto el proceso de acople entre los seres humanos nos plantea el reto de aproximarnos a nuestro propio ritmo, para así lograr acercarnos a los ritmos ajenos.

En las relaciones que se construyen desde el amor es esperable querer que las personas cercanas tengan vivencias que les permitan resolver sus problemas.  Y como problemas tenemos todos los seres humanos, todos los días, el amor que sentimos por otra persona nos puede impulsar a plantearle las soluciones que nos pueden haber funcionado, en las que creemos y por ende recomendamos. Sólo que ese mismo amor también nos puede llegar a cegar, a impedirnos ver que el ritmo propio no es igual al ajeno.

Cada persona tiene el ritmo que necesita tener, aunque desde afuera podamos llegar a juzgar algunos de esos ritmos como lentos. En esta perspectiva, nadie aprende una clave de vida sin estar listo para ello; entonces, por más que pretendamos que alguien cercano lea las señales que le muestra la vida y que nosotros posiblemente ya veamos, es probable que la persona ni siquiera reconozca las señales. ¿Es esto inadecuado o incorrecto? No, es lo que le corresponde. Si respetamos el ritmo del otro, también dejamos que los momentos justos para sus aprendizajes vitales lleguen cuando tienen que llegar, ni antes ni después. Es posible que en esa espera nos sintamos impotentes y estemos tentados a presionar al otro para que vea lo que tiene que ver. Pero, simplemente, si no está listo, no lo verá.

Respetar el ritmo del otro es posiblemente uno de los actos más amorosos que podamos tener con un compañero de vida.  Si yo bailo a mi ritmo y usted al suyo, puede que no podamos disfrutar juntos de un tango, pero sí lo podríamos hacer de una pieza de rock. Y si corresponde, llegará el momento para el tango.