El Álvaro de Constaín | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Julio de 2019

El “Álvaro, su vida y su siglo “de Juan Esteban Constaín es, ante todo, un libro muy bien escrito. En esta época en la que tanto se descuidan las formas es reconfortante encontrar un ensayo como éste, tan bien documentado y de factura impecable.

Hay que decirlo de entrada: contra lo que el título sugiere se trata de un ensayo sobre dos magníficas vidas paralelas como las hubiera querido Plutarco: la de Laureano Gómez y la de su hijo Álvaro.

El libro de Constaín cubre la vida política de Colombia de prácticamente todo el siglo XX, a través del hilo conductor de las biografías políticas del padre y del hijo. No es, pues, un ensayo solo sobre Álvaro; lo es también sobre Laureano. Y sobre las épocas de ambos

Desde la primera hora -y no desde la última como a veces se cree- los Gómez lucharon contra el “Régimen”, aun cuando no lo llamaran así. Lucharon contra el Régimen durante el gobierno del señor Suárez, lucharon contra el Régimen en los años treinta (época de los gobiernos liberales que se inician con la caída del partido conservador y la elección de Enrique Olaya Herrera en 1930),lucharon contra el Régimen durante los años de la dictadura de Rojas que los exilió, lucharon contra el Régimen cuando de aclimatar la concordia nacional se trató al crear el Frente Nacional, y, finalmente, Álvaro luchó contra el Régimen en sus tres intentos para alcanzar la Presidencia y en la Asamblea Constituyente de 1991.

Fue en cierta manera la razón de ser de su lucha política, y éste a mí entender es uno de los principales méritos del libro de Constaín: demostrar cómo la lucha contra el Régimen no fue solo una fortuita frase de Gómez, sino algo mucho más profundo y consustancial en su larga vida política.

Ahora bien: ¿qué era entonces ese “Régimen” que tan bien describe Constaín a lo largo de su libro?

Era la corrupción, la mermelada, el desprecio de los principios, el pragmatismo amoral, el entender al Estado como una burda repartija burocrática, y la política como un ejercicio despreciable que se practica simplemente para apoderarse de la burocracia y repartirse a dentelladas el botín de la Hacienda Pública en beneficio de unos pocos.

Otra de las facetas de Ávaro Gómez que mejor describe Constaín en su libro es la parábola vital de alguien, así dijeran lo contrario sus contradictores, que buscó la paz en Colombia. A su estilo, claro; pero siempre estuvo empeñado en contribuir a aclimatar la paz en nuestro país.

A pesar de sus defectos el Frente Nacional fue un gran tratado de paz. En alguna parte del libro se dice que el Frente Nacional fue el mejor tratado de concordia que nos hemos dado los colombianos. Le puso fin a la violencia partidista que durante treinta años azotó y ensangrentó a Colombia. Y los dos Gómez, padre e hijo, fueron arquitectos y protagonistas principalísimos del Frente Nacional.

Y luego, por ejemplo, durante el gobierno de Belisario Betancur, Álvaro Gómez salió a defender con coraje los esfuerzos de paz con la guerrilla que en aquel entonces se ensayaron por Betancur, y que tan despiadados ataques recibieron por parte de algunos grupos políticos.

La similitud con la situación actual no deja de tener similitudes. Constaín cita por ejemplo un editorial del Siglo de 1987 en el que Álvaro Gómez dijo lo siguiente: “si los acuerdos son defectuosos, ¿por qué no han sido modificados? La verdad es que el actual gobierno se ha limitado a criticar la estrategia de paz de la anterior administración, la cual fue un esfuerzo arriesgado, valiente y costoso que los todos los colombianos en su momento apoyamos, y no han tenido las agallas para presentar otra distinta a la consideración del país”.

El asesinato, aún impune , de Álvaro Gómez el 2 de noviembre de 1995, le permite a Constaín cerrar su libro con esta frase certera y premonitoria a la vez, tomada del que escribió Álvaro Gómez luego de su secuestro ,“Soy Libre”: “Quizás no era un “bel morir”, como lo reclamaba Segismundo de Malatesta; pero en las circunstancias actuales del país y del mundo, una muerte así podía no ser un sacrificio inútil, sino la creación de un símbolo que convocara un movimiento de restauración”.