Cuando en la vida pública se hacen cuestionamientos o preguntas a alguien se parte del supuesto de que el concernido va a responder con claridad. Es una regla de oro que preside la vida democrática. Y es un presupuesto de respeto para con el público. No siempre sucede así sin embargo.
En Colombia se está poniendo de moda el arte de responder no respondiendo. Cada vez adquiere primacía la estrategia de pasar de agache en vez de dar la cara. O de contestar con frases elípticas. En las que no se menciona con nombre propio de nadie. O simplemente se contesta otra cosa.
Con ello se juega a que el escándalo de mañana mate al de hoy; o simplemente a que la gente se olvide y al cabo de poco tiempo deje de preguntar.
Pongo algunos ejemplos:
Que la embajada de un país amigo con el que hay relaciones mutuas importantes que a menudo nos catalogan como su principal aliado en la región, como es el caso de los Estados Unidos, presione con la amenaza de quitar la visa a magistrados de las altas Cortes, hubiera requerido una inmediata y rotunda respuesta del Presidente, del Canciller, del Fiscal.
¿Qué respuesta hubo? Ninguna: se respondió no respondiendo. Salvo una tibia respuesta del Canciller
O la respuesta de la Vicepresidente que no es menos elusiva: que el gobierno respetaba tanto las decisiones de las altas cortes como las de los países amigos; pero dejándonos a oscuras sobre cuál era finalmente su opinión
El Presidente Trump trapea con el Presidente Duque. Lo acusa -injustamente- y en público, de que no está haciendo nada en la lucha contra la droga.
¿Qué respuesta hubo? Ninguna: se respondió no respondiendo; o haciéndolo con frases escurridizas y sin atreverse a mencionar con nombre propio al destinatario de la réplica. Como aquella de que: “el Presidente de Colombia solo le tiene que dar cuenta de sus actuaciones a los colombianos”.
El inventor de este arte de responder elusivamente es por supuesto el expresidente Uribe. La semana pasada le preguntaron en Pereira qué opinaba de las presiones de la embajada norteamericana contra los magistrados de las altas cortes. Respondió con tono doctoral que estaba pensando en promover un cable aéreo para que el turismo pudiera apreciar la bella región de la laguna del Otún.
Ordoñez, desde la OEA, dice impertinencias e inexactitudes, como aquella de los venezolanos que han salido de su patria por presión de la dictadura de Maduro no son más que agentes encubiertos de la revolución socialista del siglo XXI. Disparate que hubiera merecido una destitución inmediata de este señor como embajador. O al menos la exigencia de que rectificara.
Y ¿qué respuesta hubo del alto gobierno? ninguna: se respondió callando. O simplemente con un par de declaraciones elípticas de la Presidencia y de la Cancillería en las que, sin atreverse a mencionar por su nombre al nefasto Ordóñez; sin exigirle una pronta rectificación para con los más de 4 millones de refugiados venezolanos; y desde luego sin removerlo, se limitaron a decir que quienes han tenido que dejar Venezuela últimamente no lo han hecho con fines turísticos o de espionaje, sino forzados por la tiranía de Maduro.
Si, definitivamente el arte de contestar no respondiendo se está imponiendo en Colombia.