El llamado Socialismo del Siglo XXI ha creado caos económico y social en los países latinoamericanos donde ha gobernado.
Realmente, la única diferencia entre este nuevo izquierdismo y el comunismo del siglo XX es que logra llegar el poder por medios democráticos, fingiendo respetar sus prácticas. Luego, mañosamente las ignora y hace cambios en las constituciones de cada país; impone represión política, restricción de las libertades, silenciamiento de los medios y, en muchos casos, anulación la propiedad privada; trasforma su gobierno en regímenes totalitarios, ajenos a la democracia, semejantes a aquellos de las naciones comunistas del siglo pasado. Con un agravante, un alto, yo diría altísimo, grado de corrupción. Los resultados, naturalmente, han sido funestos.
El más doloroso ejemplo es Venezuela. Luego de 18 años de gobierno socialista, establecido por Hugo Chávez en 1998, sus cuatro reelecciones consecutivas y, luego de su muerte, tres años de desastroso gobierno de Nicolás Maduro, hoy el país se encuentra al borde del colapso total. No hay comida, la gente está alimentándose con basura, desperdicios, ratas. Los supermercados fueron saqueados, el hambre acorrala y aterroriza al pueblo. Tampoco hay medicinas, ni siquiera las más urgentes; la gente muere en las clínicas esperando un antibiótico, un tratamiento, una droga. Las cárceles están llenas de presos políticos, juzgados por tribunales y jueces controlados por el Estado. La criminalidad común es rampante. La inflación es la mayor del mundo y la contracción de la económica sobrepasa todos los cálculos. La rica Venezuela hoy está arruinada, su democracia destruida y Maduro, con la mayor desfachatez, pretende eternizarse en el poder como sea.
En Argentina, el izquierdismo llegó al poder en 2003 con Néstor Kirchner y, luego, continuó con su mujer, Cristina Fernández hasta el 2015. Sus prácticas comunistoides y su corrupción casi arruinan el país, acorralaron la economía, asustaron la inversión extranjera, crearon tantos subsidios y burocracia publica que vaciaron las arcas de gobierno y, lo peor, socavaron la empresa privada, creadora de industria y empleo. Hoy, el nuevo gobierno de Mauricio Macri hace esfuerzos desesperados, y onerosos para la población, para recuperar la economía del país; algo que tomará años. Cristina debe responder ante los tribunales por tres graves acusaciones bien fundamentadas: corrupción, malversación y encubrimiento.
En Brasil, los gobiernos izquierdistas de José Ignacio Lula y su sucesora, Dilma Rousseff, dieron al traste con la economía del país y con la bonanza petrolera del comienzo del siglo. Rousseff fue deshonrosamente separada de la presidencia y ambos enfrentan acusaciones por aceptar sobornos millonarios. Descaradamente, sumieron al país en un descomunal caos político que, en medio de una gran crisis económica, se encuentra casi a la deriva.
El boliviano Evo Morales, a pesar de haber perdido la consulta popular sobre su cuarta reelección, pretende envejecer en el gobierno y, en Nicaragua, Ortega, atornillado al poder, logró ya su cuarta presidencia.
La corrupción, desgobierno, abusos, falta de talento y mentiras de todos estos personajes acabaron con lo que se pensó sería el gran momento suramericano. Se despilfarró el dinero de la bonanza minera, especialmente del petróleo, causada por la expansión china.
Hoy en el albor del 2017, para los países latinoamericanos que acogieron al Socialismo de Siglo XXI es claro que sus líderes, dictadorzuelos de alma, lo que querían era eternizarse en el poder y llenarse los bolsillos.