Algunos han vuelto con el chantaje de que la paz justifica cualquier concesión que se haga a la Farc y la acusación a Santrich de negociar cocaína con posterioridad a la firma de los acuerdos de Cuba, conducta que, según los mismos acuerdos, lo excluye de sus beneficios, ha vuelto a alborotar el cotarro. Para la extrema izquierda aceptar el pedido de extradición sería ceder ante el imperio y, dicen, implicaría que el acusado no reciba el castigo merecido, pues la penalidad que se impondría en los Estados Unidos sería inferior a la que podría recibir en Colombia (?). Entonces, sostienen, debería ser la JEP (diseñada por el gobierno y las Farc), la que determine si hubo violación a los acuerdos y en caso afirmativo, juzgue al implicado, con gran posibilidad de que sea eximido de cualquier sanción o que el castigo sea sembrar hortalizas unos fines de semana, con el argumento de que si se sanciona más radicalmente, se pondría en peligro la paz que tanto trabajo ha costado.
Para presionar al gobierno a que lo libere y “si lo extraditan se rompen los acuerdos”, Santrich inició una huelga de hambre hace un mes largo y desde entonces, según la prensa, solo ingiere agua y suero (no se sabe cuál es su estado real de salud, estuvo siendo tratado en el Hospital El Tunal, antes de su traslado a una fundación de la Iglesia). Santrich debería tener en cuenta que las huelgas de hambre no siempre obtienen los resultados buscados. A Margaret Thatcher, quien fuera primer ministro de Gran Bretaña, se le llamaba la dama de hierro y una razón para este remoquete se encuentra que, en los años 80, siendo ella la jefa del gobierno, algunos miembros del IRA decretaron una huelga de hambre pidiendo estipulaciones especiales de detención. Su respuesta fue que siendo ellos prisioneros debían someterse a las condiciones carcelarias comunes. El gobierno no cedió y 10 de sus miembros murieron en su fútil empeño.
Le queda difícil al presidente Santos ceder ante esta presión y el mismo Timochenko, Iván Cepeda y Álvaro Leyva le han pedido a Santrich que desista de esta forma de coacción. Mientras, Iván Márquez, a quien algunos consideran el verdadero cabecilla de la Farc, sigue en el Caquetá, seguramente temeroso de que las declaraciones de su sobrino Marlon Marín, en Washington, destape una red de tráfico de cocaína en Colombia dirigida por cabecillas farianos. Según algunos analistas la dirigencia de la Farc se encuentra dividida frente a los que, como Timochenko, defienden la aplicación estricta de los acuerdos de Cuba y otros que no quieren abandonar los negocios de la droga. ¿Continuará cediendo el gobierno al chantaje de Santrich?