Con los resultados de las elecciones del pasado domingo, Angela Merkel tiene en perspectiva un mandato renovado para dirigir, por un cuarto periodo consecutivo, el destino de Alemania. Así, podría convertirse en uno de los cancilleres que por más tiempo ha tenido en sus manos las riendas de la política alemana, al lado del mismísimo Konrad Adenauer, figura cimera de la democracia cristiana y referencia obligada en la historia de la segunda posguerra,-y en particular, de la reconstrucción y el proceso de integración que condujo a la formación de la Unión Europea.
Sin embargo, no lo tendrá nada fácil durante los próximos años. El escenario político interno alemán, resultante de los recientes comicios, es sumamente complejo. A pesar de haber obtenido la votación mayoritaria, no podrá conformar por sí sola el nuevo gobierno y forzosamente tendrá que buscar el apoyo de otros partidos para gobernar en coalición. Por ahora, la alternativa de una “gran coalición” con los socialdemócratas -vapuleados tras obtener el peor resultado desde la fundación de la República Federal- parece descartada. (En el examen de conciencia de la socialdemocracia alemana se ha impuesto la idea de que ha sido precisamente su participación en el gobierno la que les ha pasado factura y la que los ha desconectado de su electorado). La señora Merkel tendrá que buscar socios en otros lugares del espectro político; probablemente entre los liberales -con quienes ya gobernó en el pasado- y de un modo inédito, entre los verdes. Con unos y otros tiene tantas convergencias como divergencias, y requerirá todo su talento de equilibrista para reducir las distancias que en temas sensibles separan a sus socios potenciales.
Tampoco es menor el hecho de que la extrema derecha (Alternativa por Alemania) haya llegado al Bundestag, tras décadas de ausencia en el hemiciclo parlamentario. Aunque minoritaria, será todo menos silencioso. Y el ruido que cause tendrá un eco difícil de ignorar.
Por otro lado, aunque Alemania ha sido -y sigue siendo- uno de los centros de gravedad del proyecto de integración, y acaso el más importante de todos, no por ello detenta el monopolio sobre el futuro de Europa. Tendrá que llegar a acuerdos, o por lo menos a compromisos, con liderazgos emergentes como el del presidente Emmanuel Macron, cuya visión sobre las reformas requeridas para revitalizar la Unión tras la crisis planteada por la crisis económica y el Brexit, no necesariamente coincide con la suya.
En el plano internacional, se ha dicho que Angela Merkel es la nueva líder del mundo libre. Sin embargo, a pesar del retraimiento de Estados Unidos y del pésimo desempeño de la administración Trump en materia de política exterior, Alemania parece no haber encontrado aún el lugar que le corresponde en los grandes asuntos globales. Y no lo hará mientras no supere los traumas que en su conciencia nacional le impone su propio pasado.
Glosa nacional. No tiene mucho de Estado de Derecho el anuncio del presidente Santos de poner en funcionamiento la Jurisdicción Especial para la Paz por vía de decreto, estando aún pendiente la decisión de la Corte Constitucional sobre el Acto Legislativo 01 de 2017 y sin que haya sido aprobada en el Congreso la correspondiente ley estatutaria.
Las consecuencias de este tipo de afán son imprevisibles; especialmente en un país que, a estas alturas, ya no sabe siquiera cuántos artículos tiene su Constitución Política, convertida como está en una colcha de retazos -unos transitorios y otros no- a efectos de la implementación del Acuerdo Final para la terminación del conflicto suscrito el año pasado entre el Gobierno y la guerrilla de las Farc. Y eso sin contar con que semejante decisión no hace más que agravar el ya preocupante déficit de legitimidad que afecta la implementación del Acuerdo de marras, en ausencia de un mínimo consenso nacional sobre lo fundamental, que el Gobierno nunca se preocupó por construir y que sigue pareciendo sumamente difícil de alcanzar.