Salvatore Mancuso volvió a hablar. Ante los magistrados de la Jurisdicción Especial para la Paz, el excomandante de las Autodefensas Unidas de Colombia explicó cómo ejerció el papel de ‘bisagra’ entre la fuerza pública y los grupos paramilitares, con el fin de cometer actos criminales. Describió este como un patrón de operación que aprovechó instancias legales para favorecer y legitimar la acción ilegal, y que involucró a miembros de las fuerzas militares y de la policía, así como a políticos, funcionarios, ganaderos, empresarios y periodistas.
Mancuso dijo lo que tantas veces han dicho las víctimas, los académicos e, incluso, la justicia ordinaria; solo que oírlo de su propia voz no deja de ser abrumador. Ilustró, con la narración de hechos atroces y aún muy dolorosos, cómo se llevó a la práctica este patrón al crear grupos legales de seguridad privada que actuaban de manera ilegal, o al comprar e importar armas, o al secuestrar y al perpetrar masacres.
Describió el estigma como estrategia de guerra sanguinaria, muy común en Colombia. Explicó por qué era tan importante el intercambio de información entre militares y paramilitares; y relató, de nuevo, cómo sus hombres llegaban a los municipios con listas en mano y asesinaban a personas de la comunidad. La razón siempre era la misma, alguien las había señalado como guerrilleras (nunca se sabe quién) y estaban incluidas en el listado de la muerte. Y pensar que a esta burda manera de recopilar información se le llama ‘inteligencia’ en el argot de los grupos armados.
Solo un rumor bastaba para matar a un campesino; hoy sigue siendo así. Un chisme es suficiente razón para secuestrar a una mujer, torturarla, asesinarla y luego desaparecer su cuerpo. Así, además, se extiende el martirio a sus familiares que eternamente buscarán una razón para explicar tal atrocidad. Lo más cruel es cuando finalmente entienden que no existe un motivo, nunca existió; solo fue víctima de un señalamiento que la situó entre el fuego cruzado de una guerra que no era suya.
Así funciona el conflicto armado colombiano, su fuego se alimenta del estigma y los fogoneros son todos los que asignan etiquetas a los demás. Este mecanismo perverso puede echarse a andar en las tiendas de vereda, en el mercado, en las conversaciones de pasillo, en las juntas directivas, en la peluquería, en las fiestas, en las redes sociales y en las salas de redacción. Un simple rumor se vuelve letal. Del trabajo sucio se encargan los grupos armados ilegales, pero detrás se encuentra la anuencia de muchos otros agazapados en la legalidad; ese es el patrón.
Para ser aceptado en la JEP, Salvatore Mancuso deberá aportar pruebas que demuestren su rol como articulador entre los militares y los paramilitares, entre el mundo legal y el criminal. Lo que queda claro, después de escucharlo otra vez, es que esta guerra nuestra siempre la han librado los poderosos (armados, civiles, legales e ilegales), a través de los más débiles e indefensos; esto es lo que tiene que parar.
@tatianaduplat