Camino de la mano de mi nieto, este hombrecito de solo 5 años, con tanto camino por recorrer y tanto que aprender. Mi imaginación vuela hacia su futuro y me conmuevo. Nada le puedo asegurar, nada… Como nunca, hoy la humanidad enfrenta un futuro incierto.
Absolutamente, este no es el mundo en el que yo nací hace más de 60 años. El siglo XX con sus guerras, sus revoluciones políticas, sociales y económicas, sus delirantes, e inimaginables, desarrollos tecnológicos y científicos cambiaron para siempre el presente y el futuro del ser humano. Realmente hoy, en los primeros días del 2018, no sé qué esperar del devenir de este niño; ni siquiera de su futuro inmediato y ¡tengo miedo por él!
Vivimos en un mundo impredecible, segundo a segundo cambiante. Sin raíces que lo anclen y a merced de la nueva tecnología y la nueva ciencia, el hombre parece estar perdiendo su humanidad, o lo que considerábamos algunas de las características más bellas del ser humano: el deseo de formar una familia, de pertenecer a una comunidad; la capacidad de comunicarse con quienes lo rodean, persona a persona, de compartir el diario vivir.
El nuevo hombre está enamorado de sus juguetes electrónicos y no de sus coterráneos. Capaz de pasar horas conectado al último aparato, o red virtual, pero incapaz de compartir una conversación o una comida con otro ser humano, o de permanecer un rato en silencio, simplemente observando un paisaje.
Nuevas generaciones enamoradas de sí mismas, ególatras y egoístas. Obsesionadas por los “selfis”, haciendo gestos estúpidos, pero incapaces de interpretar sus propios sentimientos o reacciones. Observados y analizados por gobiernos y corporaciones que los estudian con sus algoritmos para controlarlos, explotarlos o venderles sus productos.
Las nuevas generaciones perdieron la privacidad que nosotros tuvimos. Ahora todos somos números, caras identificadas por computadores globales que conocen hasta nuestros más privados momentos y pronto podrán leer nuestras mentes.
El consumismo, la promiscuidad, el desperdicio desbordado, el abandono de los principios morales, la religión, el honor, la mesura y la verdad, minan a diario el valor del ser humano, lo disminuyen.
Se vislumbra un mundo robotizado, donde las máquinas reemplazarán exitosamente al hombre eliminando los errores humanos. Quizá, el mejor amigo de mi nieto, en un futuro cercano, sea un niño o un perro robot. ¿Ridículo? Absolutamente no. Una realidad a la vuelta de la esquina.
Pregunto, ¿acaso existe futuro para él, para mí? Comenzamos el 2018 con la amenaza de una confrontación nuclear. Lo afirman los titulares de la prensa, los manidos resúmenes de todos los medios, las muy leídas predicciones de adivinos de toda calaña. Los países con capacidad nuclear se han multiplicado y, desgraciadamente, los que han entrado a este club maldito, no son ni los más sensatos, ni los más estables.
Los intercambios verbales entre Kim Jong-un, líder de Corea del Norte, estrenando bomba nuclear, y Donald Trump, estrenando presidencia en USA, son una delirante locura. Las voces sensatas existen, pero se oye más las discordantes, las de aquellos que parecen estar desequilibrados.
Creo que para los abuelos la inquietud sobre el futuro de hijos y nietos es una constante, eso es algo que no ha cambiado. Hoy, tristemente, el futuro de la nueva humanidad, (deshumanizada por la ciencia y la tecnología), peligra en muchos sentidos.