Hace pocos días el director de investigaciones del Instituto Igarapé, Robert Muggah, publicó una provocadora nota en la página web del Foro Económico Mundial que viene como anillo al dedo para tratar de entender el panorama internacional.
Muggah empieza sugiriendo que para 2030 no habrá una gran potencia global sino una especie de multipolaridad semi-imperial (en la que serán protagónicos Estados Unidos, China, Alemania, India y Japón), y que coexistirá con una distribución cada vez más difusa del poder a través de redes no estatales y con el peso creciente de las megaciudades y sus periferias en los asuntos nacionales e incluso globales.
Pero en todo caso, la política internacional seguirá siendo un asunto esencialmente estatal. Tal como lo advierten algunos estudiosos, el Realismo está de regreso al cabo de unas forzadas vacaciones. Así, la competencia y la desconfianza, la primacía del poder duro, y la búsqueda incesante de la seguridad y la propia preservación, volverán a ser los conceptos rectores para explicar las relaciones internacionales.
Sin embargo, Muggah advierte que los Estados nación estarán sometidos a una constante presión que quizá no todos logren resistir. Para empezar, “la redistribución del poder entre un puñado de Estados nación está perturbando profundamente el orden mundial”.
El retorno de la política de grandes potencias, así como la fragmentación del poder, afectarán de manera particular a los Estados más débiles, convertidos en piezas subsidiarias del ajedrez político internacional. Por otra parte, “la desconcentración del poder lejos de los Estados nación está dando lugar a niveles paralelos de gobierno”, en los que se amalgaman de forma compleja intereses públicos y privados, y que los Estados nación no podrán simplemente revocar o ignorar.
En tercer lugar, “los Estados nación y los paraestados sufrirán presiones de redes descentralizadas de entidades y coaliciones no estatales”, cuyo empoderamiento se deriva sobre todo de la tecnología y la información, que actúan como fuente de oportunidades pero también de amenazas tenaces.
Finalmente, “los Estados nación están viendo el traspaso del poder a las ciudades”, como consecuencia del impresionante proceso de urbanización experimentado durante las últimas décadas, y que convierte a las ciudades en centros de gravedad político, económico, social y cultural que por su peso específico reivindican una creciente autonomía y redefinen constantemente los términos de su relación con los Estados, a través de sus fronteras, y con la esfera global.
De aquí a 2030 se verá cómo y qué Estados logran adaptarse y resistir. Adaptación y resistencia definirán, como pocos factores, la geopolítica del siglo XXI.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales