El mundo según Duque (I) | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Agosto de 2019

“Ideas para un balance del primer año de política exterior”

En la agenda de cada gobierno hay asuntos impuestos por la necesidad -porque no pueden ser o hacerse de manera distinta, porque no pueden aplazarse ni eludirse, porque así lo dispone la fuerza de las circunstancias-.  Y hay otros, en cambio, que resultan de una elección más o menos discrecional por parte de los líderes políticos, que reflejan sus ideas sobre el modo en que deberían ser y hacerse las cosas, sus preferencias y sus aspiraciones, la idea que tienen del legado que quisieran dejar.

Esta distinción es de la mayor relevancia para evaluar la gestión de los gobernantes, pues, evidentemente, su margen de maniobra es significativamente más reducido cuando se trata de los asuntos impuestos por la necesidad, y en principio mayor a la hora de impulsar aquellos que deliberadamente quieren promover -aunque no por ello tengan alguna suerte asegurada-.

Así ocurre también en materia de política exterior.

Durante su primer año, la agenda exterior de la administración Duque parece haber estado dominada por el primer tipo de asuntos.  Es decir, aquellos impuestos por la necesidad.  Ello ha opacado los otros -incluso puede que haya ralentizado su formulación y desarrollo-.  Acaso por eso, a algunos les parece que la política exterior del actual gobierno es “poco sofisticada” o que “carece de norte”.

Ciertamente, la situación en Venezuela y sus consecuencias directas sobre Colombia, el problema de las drogas ilícitas, y la implementación del Acuerdo Final suscrito en 2016 con la guerrilla de las Farc, ocupan un lugar predominante en la política exterior colombiana, casi hasta monopolizarla.  Difícilmente podría ser de otra manera.

La persistencia y el agravamiento de la crisis multidimensional en Venezuela conciernen a Colombia más que a cualquier país, pues ningún otro es tan sensible a lo que allí ocurre.  Es una verdad de Perogrullo que esa crisis sólo podrá (empezar a) resolverse si se restablecen el orden constitucional, la democracia y el Estado de Derecho en Venezuela.  Por eso la apuesta radical de Colombia por el “cerco político y diplomático”, su escepticismo frente al enésimo intento de diálogo con el régimen de Maduro, y su decidido apoyo a la oposición -hoy convertida en Gobierno interino, aunque nada efectivo- y a sus líderes más visibles.  Por eso mismo, también, el riesgo de la “venezolanización” de la política exterior colombiana; de caer en la euforia cándida que lleva a anunciar, una y otra vez, la inminente caída del régimen de Maduro; de asumir un liderazgo demasiado vocal, demasiado vehemente; de que el interés de Colombia quede capturado por el interés de Venezuela (o de algún tercero bien dispuesto a pescar en río revuelto).

 

La expansión sin precedentes del área de cultivos ilícitos ha vuelto a poner el tema de la droga en la primera línea de la agenda exterior de Colombia, principal -pero no exclusivamente- con los Estados Unidos (con quienes, por otra parte, nunca dejó de ser una cuestión cardinal).  Ahí tampoco hay alternativa.  Si la hubo, se diluyó al perderse el terreno que se había ganado en el pasado, gracias a la combinación de voluntad política, acción integral y cooperación internacional.  Aun así, el país no puede resignarse a jugar ante el mundo simplemente el papel de plañidera y víctima del problema mundial de las drogas -lo que sí conduciría, inexorablemente, a la narcotización de su política exterior-.

Por último, está la implementación del Acuerdo Final con las Farc, vendido y comprado internacionalmente como un caso de éxito aún antes de su ejecución, sobreestimando sus méritos y subestimando los desafíos que traería aparejados.  Semejante expectativa -que alimenta además enormes expectativas internas- pesa en contra del Gobierno cuando cada tres meses se somete al escrutinio del Consejo de Seguridad, y en general, en su interlocución con no pocos actores internacionales.  No hay mucho que se pueda hacer.  O tal vez sí: reivindicar y apropiarse de las posibilidades de éxito -sin ocultar las dificultades-, en lugar de insistir en los fracasos probables, que se harán evidentes con el tiempo, y que en cualquier caso tendrá que sortear el Gobierno como si fueran su responsabilidad propia y exclusiva. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales