El terror en que vivimos se ha vuelto cuotidiano; no es la inseguridad constante a la cual nos hemos acostumbrado, aquí y en todo el mundo, esa que nos causa el ladronzuelo al arrebatarnos el bolso o arrancarnos una joya; o el hampón que se lleva la bicicleta, o el carro o se cuela en la casa a robar y nos deja desconcertados y enfurecidos, pero generalmente vivos.
No, lo que hoy día enfrentamos es mucho más que eso, es terror, algo más intenso, algo que se mete bajo la piel, algo que nos causa pesadillas y no sabemos cómo enfrentar. Cada terrorista, cada enfermo mental, cada asesino glorificado que comete un ataque indiscriminado, en aeropuertos, celebraciones oficiales, mercados o escuelas, en fin, en lugares públicos, nos deja más perplejos y aterrorizados.
¿Cómo protegernos, cómo resguardar a los nuestros? Prácticamente, para estar a salvo de estos ataques, tendríamos que dejar de vivir en comunidad; dejar de viajar, de asistir a celebraciones nacionales o religiosas, públicas o privadas, a desfiles, mercados, bazares y ferias; tendríamos que no enviar a los niños a las escuelas.
En el último semestre hemos presenciado los más atroces crímenes perpetuados contra civiles indefensos. Con horror vimos, el 14 de julio pasado, a un camión pesado arremeter contra familias enteras que disfrutaban de los fuegos artificiales del Día Nacional de Francia, en una playa de Niza. Luego, la masacre en una discoteca en Orlando nos dejó atónitos y, en los últimos días del año, otro conductor ebrio de sangre arremetió contra un mercado navideño en Alemania, dejando un rosario de muertos a pocos días de la Navidad. Ahora, a solo 5 días de haber comenzado el año, un personaje aparentemente demente, abaleó, sin compasión ni razón, a viajeros que recogían sus maletas en el aeropuerto de Fort Lauderdale, creando pánico, múltiples heridos y 5 muertos. ¿Cuándo y dónde será el próximo ataque?
Esta columna y esta página entera se podrían llenar solo con los nombres de los lugares donde han ocurrido horrendos actos terroristas contra la población civil, en los últimos años.
Asesinos; jóvenes y viejos, militantes religiosos, yihadistas, iluminados por dioses oscuros, suicidas glorificados o sicópatas. Todos héroes en sus mentes. Muchos de ellos utilizados y adoctrinados por asesinos profesionales de grupos dedicados a crear terror. Otros, obsesionados por lograr que sus nombres y sus hazañas criminales llenen páginas de diarios, revistas y noticieros. ¿Cuántos de estos asesinos han llegado a estos extremos por buscar el reflector de los medios?
Creo que es el momento de considerar si el culto a la violencia que vivimos no ha influenciado a las últimas generaciones de manera nefasta. Por décadas, y cada vez más, estamos siendo bombardeados por toda clase de mensajes violentos en el cine, la televisión, la música, los libros. Prueba de ello es el éxito de las narco novelas y las series y películas que hacen gala de incomparable terror, sanguinidad, tortura y odio.
También la impunidad, como la que hemos visto se ha concedido a los criminales de las Farc, juega un papel importante en el imaginario del crimen. No en vano el terrorismo y la violencia nos arrinconan hoy.
Castigos ejemplares para los terroristas de todas las calañas y la estigmatización de la violencia en todas sus formas, son el mejor detente. Falta ver qué gobiernos serán capaces de aplicarlos.