Moteado por rincones bucólicos de inagotable belleza y fertilidad, el Valle del Loira se conoce como el Jardín de Francia. Rociado por abundantes ríos, entre ellos el Loire, el más largo y majestuoso de Francia, el valle, fue desde el medioevo y sobre todo durante el renacimiento, el lugar preferido por los reyes y nobles del país galo. Aquí construyeron primero sus fortalezas, y luego sus castillos y jardines, y se rodearon de su corte.
Este era un lugar ideal para cazar en inagotables bosques, plenos de ciervos, corsos, jabalíes y zorros. En sus lagos y ríos, príncipes y campesinos, por igual, se deleitaban con abundante pesca para sus mesas. Aquí era fácil encontrar gustosas anguilas, carpas y lucios; se competía solo con águilas pescadoras, que aún hoy se pueden ver, de increíble agilidad y belleza.
Sin embargo la importancia de este valle radica no solo en su belleza, sino en esas fortalezas y castillos, testigos de algunos de los momentos más destacados de la historia de Francia, inclusive de su solidificación como nación.
Las ruinas de la enorme fortaleza medieval de Chinon nos recuerdan su asedio y toma, en 1154, por Enrique II de Inglaterra, para ser recuperada por Felipe II de Francia, en 1205. Felipe IV encarceló en Chinon a destacados miembros de la Orden de los Templarios. Y, fue precisamente aquí, donde Juana de Arco, una desconocida campesina, reconoció en 1429 a quien sería Carlos VII, camuflado entre un grupo de nobles. Así comenzó la alianza entre ellos que terminaría con el desalojo de los ingleses del territorio continental y finalmente su coronación como rey de Francia.
Son muchos los castillos que salpican el Valle del Loire, pero algunos son imprescindibles para empaparse de la historia y para disfrutar su belleza.
Quizá el más magnifico sea el de Chambord. Fue este la gran fantasía renacentista de Francisco I. Su refinamiento nos deslumbra. Parados en su terraza, donde los nobles se instalaban en el atardecer a ver el regreso de las partidas de caza, nos sentimos rodeados de un bosque de maravillosos torreones, chimeneas, cúpulas, pararrayos y tejados de pizarra. Pero lo mejor del castillo es la famosa escalera de doble hélice, atribuida a Leonardo Da Vinci: dos escaleras caracol que giran opuestamente sin llegar a encontrarse.
Francisco, admirador de Da Vinci, lo instaló en la Clos Lucé, una mansión contigua a su Castillo de Amboise, donde el artista pasó sus últimos años. Vale la pena visitarla para ver muchos de sus diseños y algunas maravillosas maquetas de sus inventos.
Cercanos a Tour, donde supuestamente se habla el mejor francés, se encuentra Villandry. Para los amantes de jardines, los de este castillo, inclusive el potager, la bellísima huerta, son un milagro de creatividad y armonía.
Chanonceau, mi preferido; fue alternativamente embellecido por dos mujeres rivales, la hermosa Diana de Poitiers, amante preferida de Enrique II, y la intrigante Catalina de Medici, su esposa.
Para los niños, ir a ver la alimentación de 100 perros de caza en el Castillo de Cheverny, y para las niñas, ir al Castillo de Ussé, fuente de inspiración para el cuento de La bella durmiente del bosque, es memorable.
¡Ah! y no olviden probar los excelentes vinos de la región acompañados de una andouille, salchicha rellena de tripas y, para terminar, una chocolatina de la fábrica Poulain, en Blois. Bon voyage.