Las cifras divulgadas la semana pasada por el Dane sobre la situación del mercado laboral en Colombia confirman las voces de alerta que ya venían escuchándose. El desempleo se ha convertido, incontrovertiblemente, en el principal problema nacional. Y más le valdría al Gobierno que lo reconozca a tiempo cuando aún puede haber tiempo para tomar medidas correctivas.
Creo que la razón de fondo (hay por supuesto otras muchas) por la cual el Presidente Duque no levanta cabeza en las encuestas es precisamente ésta: a pesar de su admirable movilidad y de su asistencia a cuanto foro lo invitan, la gente -consciente o inconscientemente- está percibiendo que la situación del mercado laboral va mal, que puede ir peor, y que si ya no lo ha afectado directamente lo puede tocar muy pronto.
Las cifras divulgadas para mayo confirman un progresivo agrietamiento del mercado laboral. Como no se había presenciado desde hace mucho tiempo.
En primer lugar: adiós a las cifras de un solo dígito. El desempleo en las grandes ciudades está alcanzando el 12% y a nivel nacional anda por el 10,5%. Por supuesta, si las cifras de desempleo se miran a nivel de mujeres o de jóvenes son muchísimo más altas que los agregados nacionales, como siempre sucede.
Entre abril de 2018 y abril de 2019 se destruyeron 774.000 empleos, y entre mayo del año pasado y el mismo mes de 2019 se perdieron 287000 puestos de trabajo.
Como la tasa de participación no está subiendo, sino que más bien se ha desacelerado, hay que concluir que lo que se está presentando es una crisis de oferta laboral. La economía no está creando nuevos trabajos.
Más que una crisis de demanda, pues no se nota una excesiva solicitud por nuevos empleos ni siquiera tomando en cuenta la llegada de venezolanos, lo que se observa es pues un decaimiento fuerte en la oferta de nuevas plazas de trabajo. La gente parece estar empezándose a cansar de buscar infructuosamente trabajo. De ahí la caída en la llamada tasa de participación.
La situación del mercado laboral luce tan preocupante que bien valdría la pena que el gobierno, dentro de los planes que diariamente anuncia, incluyera uno grande y sonoro sobre qué lo va a hacer para revertir esta preocupante tendencia que trae el mercado laboral.
Los franceses dicen: “cuando la construcción va bien, todo va bien; pero cuando va mal, todo comienza a ir mal”. Los últimos datos sobre crecimiento trimestral del PIB mostraron que el sector económico más postrado es el de la construcción. Con crecimientos negativos inclusive, aunque en el último trimestre mejoró algo.
El gran plan nacional de empleo que se impone debería comenzar por tomar medidas para revertir la inquietante situación que se observa en el sector de la construcción de vivienda y, en general, en el mercado inmobiliario.
Por ejemplo, la última reforma tributaria conocida como ley de financiamiento le impuso a todas las transacciones de inmuebles un impuesto del 2%, que ha enredado inmensamente el mercado de vivienda. ¿No valdría la pena pensar en eliminar este impuesto ante tan grave emergencia laboral como la que estamos viviendo?
En el sector agrícola debemos tener también mucho cuidado en focalizar las ayudas hacia aquellos sectores que son grandes generadores de empleo en el sector rural. Pienso por ejemplo en los productores de panela que, junto con los cafeteros y arroceros, son los mayores generadores de empleo en el campo colombiano. Sus marchas aún incipientes representan una dosis gigantesca de justos reclamos. ¿Cómo se explica que un sector tan crucial en la generación de empleo rural lo tengamos desde hace más de un año vendiendo la carga de panela a la mitad de lo que son sus costos de producción?
En la agenda nacional debe aparecer pues en lugar preeminente un plan importante para reactivar el mercado laboral. Que debe incluir no solo medidas nuevas sino la descalificación de otras como la “prima uribista” al salario mínimo que, de aprobarse, no va a hacer otra cosa que complicar las cosas encareciendo aún más la generación de nuevos frentes de trabajo en Colombia.