En Colombia todos somos poetas; o por los menos, eso se puede decir de los que pertenecemos a las generaciones mayores; aunque, con gran satisfacción, cada vez oigo y leo a más poetas jóvenes, como María Gómez, que están ganando premios y prestigio a nivel nacional e internacional.
Aquí, todos fuimos arrullados por poesías convertidas en canciones de cuna. Luego, en nuestros primeros años aprendimos a pronunciar la r con las rimas de Pombo, como: “El hijo de rana, Rin Rin renacuajo”, o con “La gata candonga, mirringa mirronga” y coreando sin cesar, a toda velocidad, algunos de esos versos transformados en divertidos trabalenguas como “R con R cigarro, R con R barril…”.
Y, fue así como la rima, el ritmo y la musicalidad de la poesía se fueron colando en nuestros sentidos, casi sin darnos cuenta.
En mi niñez fueron muchas las competencias de coplas entre primos y amigos en las que participé durante paseos a Medellín, Neiva, los Llanos, la Costa o a la Zona Cafetera. Era usual cuando en las fincas se iba la luz, sentados alrededor de una lámpara Coleman o velas de cebo, que alguien sacara un tiple o una guitarra y se prendiera la fiesta a punta de coplas.
También fueron muchas las tenidas de poesía improvisadas a las que asistí, donde desde los más ancianos hasta los niños participaba haciendo gala de su memoria y sus capacidades histriónicas. Se recitaba con emoción al maestro Valencia, a Silva y a una lista inmensa de poetas españoles e hispanoamericanos, bien amados y reconocidos por todos.
Mis primeros amorcillos fueron cortejados por las rimas de Gustavo Adolfo Becker y los poemas de Pablo Neruda, y mi orgullo como joven mujer se acrecentó leyendo a Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Meira Del Mar y Maruja Viera, solo por mencionar algunas de las que me mostraron el camino de los versos.
Hoy, las tertulias y festivales de poesía en Colombia florecen. Cada día hay más y mejores. No son pocos los pueblos que se enorgullecen de llevarlos a cabo, con gran amor, dedicación y éxito. Algunos inclusive dan premios significativos y casi todos publican las memorias del evento.
Los hay grandes y pequeños. Unos de gran trascendencia, como el Festival de Poesía de Medellín o el de Bogotá, con asistencia de importantes poetas nacionales y del mundo. O sencillos, sin pretensiones, solo para un puñado de enamorados de los versos.
Los hay también de género, como el Encuentro de Mujeres Poetas, celebrado en el Museo Omar Rayo en Roldanillo, que impulsa a las poetas de todo el territorio y que va ya por sus 32 años. También abundan los festivales de poesía negra y de lenguas indígenas.
Este fin de semana asistí a la Segunda Fiesta de la Poesía en Villa de Leyva. Algo perfectamente lógico en un lugar que en sí mismo es poesía viva. El evento fue encantador. Sus organizadores, entre ellos Jaime Ospina, lograron una mezcla perfecta de lecturas, declamaciones, conferencias y música. ¡Qué bella manera de hacer la paz, de hacer patria, de darnos algo agradable en que pensar! La poesía en Colombia es, sin lugar a dudas, un hilo que nos une.