660 días. 660 de 1460. 660 días en los que nuestro país ha experimentado de forma latente la improvisación y el desgobierno. 660 días de un proyecto que se hizo elegir con las banderas del cambio, el pluralismo democrático, el amor y la vida y del que hasta hoy solo hemos visto radicalización, cambio de corruptos, odio y resentimiento.
La apuesta de muchos de los líderes bien pensantes de la política que apoyaron el proyecto del prócer de Ciénaga de Oro -unos por animadversiones personales, otros por oportunismo, otros por convicción y otros tantos, por descarte- estuvo justificada, al menos en el discurso, en la posibilidad de la reconciliación política a partir de un modelo progresista que prometía gobernar para los “nadies”, menguar la desigualdad y apostar por una forma de liderazgo que, con la promesa de respetar la Constitución, persiguiera la implantación de un modelo ambiental, social y económicamente sostenible.
Todas, intenciones muy bonitas en el discurso, pero para cualquiera con nociones de la Realpolitik, irrealizables más allá de la narrativa. Y bueno, como era de esperarse, pese al ataque de ingenuidad repentina de algunos, más tardó el presidente Petro en llegar a habitar Palacio, que sus “buenas intenciones” -hoy léase mentiras- en empezar a desmoronarse unas tras otras, dejando en evidencia que la apuesta de quienes -ingenua o utilitaristamente- quisieron respaldarlo en las elecciones de 2026 había, como en aquel reinado en el que en un lapso de un minuto coronaron y descoronaron a nuestra reina, salido muy mal y muy pronto.
¿Fue acaso la ingenuidad la culpable de tan magna desilusión?, ¿Fue a la vez un hecho de absoluta insensatez y de pequeñez emocional motivada por la negativa a aceptar que una vez más el presidente Uribe volviese a poner presidente? ¿Fue un error de cálculo? ¿Fue la pretensión de corrección política que cegó el sentido de realidad? No lo sabemos. Lo que es cierto es que todos los que con algún rezago de mesura apoyaron hace dos años ese proyecto, desde muy temprano empezaron a abandonar el barco, y a asumirse como víctimas estafadas en su buena fe.
Así, uno a uno, han ido desfilando por el pasillo de los arrepentidos desde líderes políticos como Alejandro Gaviria, José Antonio Ocampo, Cecilia López, Claudia López, Catherine Juvinao, Jennifer Pedraza, Catherine Miranda, Rudolf Hommes; académicos de la talla de varios de los rectores de las principales universidades del país, o periodistas que habían sido muy afines a las apuestas del petrismo como María Jimena Duzán o cualquiera de los señores de “los Danieles” y que hoy ven que su modelo, es simplemente insostenible. ¿Qué contribuyeron con esta debacle? Cierto. ¿Qué tienen su cuota de responsabilidad? También. ¿Qué algunos son muy “oportunos”’? Qué más da. Pero, ¿Que al fin de cuentas mejor arrepentidos y de este lado? Absolutamente.
Faltan 800 días y el modelo de la política del resentimiento y de las transacciones en bolsas, ya sólo deja espacio entonces para aquellos que no tienen el menor sentido del decoro, (sentido muy escaso en los pasillos del congreso y de algunas embajadas) y para esos que, como un rottweiller encarnizado con su hueso, quieran chupar hasta la última gota del poder que les da la burocracia, las maletas millonarias y la cuantiosa contratación pública; pensando que Colombia no se da cuenta y olvidando que mañana, nos encargaremos de recordárselos.
Quienes hoy permanecen pegados a ese tanque de oxígeno que ya falla, quedarán para siempre marcados por haber hecho parte del gobierno que más dividió a la sociedad colombiana, del que pretendió desconocer los valores que la fundan, del que honró y enalteció a delincuentes y asesinos, del que acabó con el sistema de salud y pensiones, del que puso en jaque -sin éxito y que de eso no quede duda- la democracia, y del que, a partir de 2026, solo será uno de nuestros peores recuerdos.
Quedarán en los anales de la vergüenza y no volverán a ver un voto. Nos vemos en la calle el 20 de Julio y qué viva #LaResistenciaDemocrática.