Crecí en un país donde ser ministro era un reconocimiento superior. Un nombramiento aspiracional al que sólo llegaban los mejores, los más formados, los que tenían conocimiento y respeto por lo público. Estudiosos y tecnócratas expertos en sus áreas que para el momento de su posesión, decidían poner al servicio del país su intelecto y capacidad para honrar la Constitución y para dejar un legado en sus distintas carteras que contribuyera con el bienestar y el progreso de la Nación.
Soy millennial, de la generación que veía los fines de semana OkiDoki y Francisco el matemático. No me dejaban ver Café, para que se hagan una idea, así que no puedo negar que siento que era aún temprano para que la expresión “Eran otras épocas” saliera de mi boca. Pero hay que reconocerlo, lo eran.
Eran épocas donde tanto el presidente como los ministros tenían una dignidad que les precedía. Ministro no era cualquiera y eso nadie lo cuestionaba. Phd, Ivy league, mágister, catedrático, rector, tecnócrata; eran las palabras que usaban los medios de comunicación para describirlos o los moderadores en foros para presentarlos. Nombres como Carlos Holmes Trujillo, Noemí Sanín, Humberto de la Calle, Roberto Junguito, Juan Lozano, Marta Lucía Ramírez, Germán Vargas, Mauricio Cárdenas o Fernando Carrillo, copaban los titulares dando garantía, incluso antes de empezar su gestión, de profesionalismo y capacidades para asumir el cargo y liderar los proyectos de desarrollo que demandaba el país.
Y es que los personajes que trazaban los destinos de Colombia no solo eran referentes técnicos. Con algunas excepciones, claro está, eran referentes, acotando la expresión usada por Cristina Carrizosa hace poco en un trino, en lo estético y lo ético. Sabían de qué hablaban, pero sabían también cómo lo hablaban. Hoy, todo eso parece historia de antaño y la excepción se ha ido convirtiendo en la regla.
En un gobierno dónde quienes exigen respetar la Constitución son catalogados como los amantes de la sierra eléctrica, donde los que salen a marchar contra las reformas regresivas son llamados marchantes de la muerte, o donde pedir que no se confisquen los ahorros producto de toda una vida de trabajo nos hace neoliberales esclavistas, era apenas de esperarse que cualquier contradictor mutara en enemigo y todo cuestionamiento sea considerado traición. En un gobierno donde, como en cualquier modelo con pretensión autócrata, las voces del disenso son atropelladas, solo resultan útiles áulicos que sirven al comité de aplausos.
Áulicos incapaces de rebatir cualquier mandato por absurdo que sea, porque se saben silenciosos deudores de quién -sin tener los méritos, preparación y formas (que son tan importantes) para el cargo- los nombró irresponsablemente, condenando los destinos de todo un país al fracaso. Pero, la perpetuidad en el poder, bien vale el fracaso de una Nación, dirá la voz que los habita en sus diminutas cabezas.
Por eso salieron Alejandro Gaviria, Cecilia López, José Antonio Ocampo y no tengo pruebas, aunque tampoco dudas, de que por eso salió Néstor Osuna. Porque alguien con una dosis mínima de moralidad y de expertise no puede sobrevivir a los disparates diarios de los impulsos dictatoriales y antitécnicos del gobierno Petro. Por eso, anticipo también que Ángela María Buitrago no durará en el cargo. Por eso, nos la pasamos en remezón con 16 cambios ministeriales en dos años de gobierno y por eso hoy tenemos activistas liderando varias de las carteras más importantes del país: para que sirvan de plataformas que incentiven la mermelada y las convulsiones caóticas que se necesitan generar para pasar, a las buenas o a las malas, la Constituyente espuria. “Estamos reparando errores y detectando problemas estratégicos. El gabinete en medio de ataques injustos, en mi opinión, se deja encerrar” Así lo dijo Petro en la presentación de los nuevos ministros.
Hoy, por cuenta de eso, nos dirigen los señores Daniel Rojas, un admirador de Stalin que ha apelado a la radicalización; Gareth Sella, un miembro de la primera línea que incendió el país; Martha Carvajalino, defensora en trinos de la expropiación y Luis Carlos Reyes, un tiktoker destacado por haber liderado el más bajo recaudo de la Dian. Y bueno, una serie de libretistas, artistas callejeros, abogadas defensoras ad honorem de Petro y todo tipo de figuras caricaturescas en superintendencias, direcciones y departamentos técnicos, que me hacen pensar, también creo muy pronto, dada mi fecha de nacimiento, Siquiera se murieron los abuelos.