Sin semáforos éticos
Ver la televisión colombiana se está convirtiendo en una verdadera pesadilla. Sintonizar los noticieros de las grandes cadenas privadas es correr el riesgo de recibir de frente la onda expansiva de truculentas y elaboradas imágenes -en vivo y en directo- moduladas y manipuladas por narrativas verdaderamente inescrupulosas. En nuestros tiempos, cuando nos desempeñábamos como directores de informativos, esta clase de cubrimientos eran impensables.
Alguien, de criterio más libertino que liberal, podría alegar que los medios multivisuales no tienen culpa alguna, porque lo único que hacen es reproducir y emitir la cruda realidad que nos circunda. Realidades de una sociedad seriamente enferma. Puede que los asista un poco de razón, ¿pero en dónde queda el buen criterio de directores y editores, por no hablar de los reporteros?
Las últimas emisiones noticiosas de RCN, por citar un ejemplo, son un verdadero vértigo caleidoscópico de la más cruda crónica roja. Una tras otra de las noticias es más truculenta que la anterior. Casi la totalidad de la información tiene que ver con crímenes atroces, guerrilla, narcotráfico, etc. A veces se matiza con corrupción y desastres naturales. Tal es la dimensión del aquelarre informativo, que uno agradece las secciones de farándula, como paliativo a tanto carrusel de sangre y depredación.
Es ultrajante la forma como se lleva a cabo este cubrimiento. Para la muestra un botón. Las últimas emisiones sobre el crimen del estudiante Colmenares reclaman a gritos compostura periodística. ¿Dónde están los semáforos éticos? Es inquietante la forma de llevar el hilo conductor de las entrevistas con familiares de los involucrados. Uno no puede menos de pensar en manipulación de los sentimientos, primero de los entrevistados y, desde luego, de las audiencias. Salta a la vista el profundo dolor que los embarga, pero también la ausencia de unos semáforos éticos que le indiquen al reportero cuando detenerse en su afán inquisidor o especulador. Hacer “periodismo en caliente” era meterse en zonas prohibidas, según las sabias enseñanzas de ese gran maestro que fue Arturo Abella.
Como van las cosas, los noticieros de televisión -no todos afortunadamente- se están convirtiendo en verdaderos culebrones informativos, al mejor estilo de sus hermanos, los de telenovela. Y ya que hablamos de estos, por qué no hacerlo con el que está trasmitiendo la cadena Caracol sobre “la vida y milagros” de Pablo Escobar. Cómo la verdadera superproducción que lo es, se está exhibiendo en horario estelar la parábola criminal de ese monstruo que engendró el narcotráfico, que nos llenó de horror, terror y vergüenza ante propios y extraños. No se escatima esfuerzo alguno, ni artístico ni financiero. Pero lo grave reside, aunque se diga lo contrario, en que “El Patrón del Mal” está siendo proyectado como un benefactor de los suyos y de su comunidad, buen padre de familia y “defensor de los derechos humanos de las personas”. La gran actuación del protagonista, contrapunteada con fugaces apariciones desdibujadas de los “buenos”, está llevando a las mentes de la inmensa audiencia, la sensación y percepción de que el fin bien puede justificar los medios. Pueda ser que la experiencia no termine mal y que las intenciones de los productores no se vean apabulladas por las exigencias de la superproducción. Hasta ahora lo único que han logrado es que el siniestro personaje infunda temor, respeto y de pronto, repetimos, admiración.