Hoy no hay elecciones en Venezuela. Hay un “evento electoral” -como lo llaman con razón muchos venezolanos-, y entre elecciones y “evento electoral” hay enormes diferencias.
Las elecciones constituyen un ritual esencial de la democracia. Según la definición canónica de Joseph Schumpeter, el método democrático “es el acuerdo institucional para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos ejercitan el poder de decidir por medio de una lucha competitiva mediante el voto del pueblo”. No hay democracia sin elecciones periódicas, competitivas, limpias y libres.
Hace rato que en Venezuela no hay certidumbre sobre la regularidad y periodicidad de los procesos electorales. En palabras del columnista Daniel Lozano (del diario El Nacional), “En Venezuela las fechas electorales son como un acordeón, se adelantan o retrasan a conveniencia”. Así ocurrió, por ejemplo, con las últimas elecciones regionales, que debieron tener lugar en diciembre de 2016 pero que sólo se celebraron en octubre del año siguiente. Los comicios de hoy fueron convocados inicialmente para el 22 de abril y luego aplazados un mes. Acaso la falta de técnica en la redacción de la Constitución de 1999 tenga algo que ver (la Carta establece los periodos de los cargos de elección popular, pero no señala las fechas para la celebración de las elecciones). Pero en el fondo la explicación no es otra que el régimen imperante en Venezuela. ¡Es la dictadura, estúpidos! La dictadura, que en su capacidad para corromperlo y pervertirlo todo, ha corrompido y pervertido incluso el calendario.
Que se hayan postulado otros candidatos -Henri Falcón y Javier Bertucci, los más visibles entre ellos-, no implica que el simulacro de hoy sea realmente competitivo. No puede serlo, dada la exclusión de los líderes más connotados de la oposición -presos o inhabilitados en virtud de procesos espurios-. El aberrante abuso de la posición dominante del oficialismo constituye también una violación flagrante a este principio, que no queda subsanada por ese adefesio llamado “Acuerdo de Garantías Electorales”, suscrito entre el chavismo-madurismo y el señor Falcón el pasado 1 de marzo. ¡Es la dictadura, estúpidos! La dictadura que no puede medrar, ni asegurar su preservación, sin la eliminación de todo contradictor, de todo crítico, de toda alternativa que cuestione su proyecto absoluto. La dictadura que exige una ciega adhesión y que sólo puede realizar su proyecto mediante la exclusión sistemática de quienes piensan distinto.
Ninguna transparencia cabe esperar en ausencia de una organización electoral neutral e independiente, ni sin la presencia de observadores electorales creíbles y confiables. No puede ya concederse el beneficio de la duda a quien, como Tibisay Lucena, se ha convertido en agente oficiosa del fraude y la manipulación. Tampoco puede haber transparencia allí donde, por otro lado, una Asamblea Nacional Constituyente conformada al margen de la legalidad y a la medida de quienes detentan el poder ha subvertido el orden constitucional; ni allí donde la Judicatura no es más que un apéndice del régimen. ¡Es la dictadura, estúpidos! La dictadura que para ser funcional requiere el derrumbe de las instituciones, la erosión paulatina (pero siempre mortal) del Estado de Derecho, sin los cuales no puede producirse la “refundación nacional” a la que aspira.
No son libres las elecciones que se realizan sin condiciones mínimas para el ejercicio efectivo de los derechos civiles y políticos. No hay libertad de elegir allí donde se proscriben arbitrariamente candidatos o partidos, o donde no hay libre expresión ni libertad de prensa, o donde la libertad de reunión pacífica se reprime sistemáticamente cuando quiera que conviene a los intereses del gobierno. Tampoco es libre el elector cuya voluntad ha sido expropiada por el régimen, y que concurre a las urnas movido por la necesidad o por el miedo. ¡Es la dictadura, estúpidos! La dictadura que, como lo anticipó Montesquieu, no conoce virtud, sino el terror.
¡Es la dictadura, estúpidos! Y la farsa comicial de hoy es el resultado fatal, la consecuencia de haber condescendido con ella tanto tiempo.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales